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La bailarina canaria WENDY ARTILES In memoriam

<<Wendy Artiles: la vida es sueño en zapatillas de ballet>>

Entrevista por Teresa Iturriaga Osa (verano de 2005)

El buscador de tesoros tiene que ser muy cuidadoso en todo lo que hace, y también ir lavado y limpio.

Hay que estar muy bien preparado para tener paciencia. Paciencia, tiempo y dedicación son algunas de las características del buen buscador.

No son los más listos los que encuentran tesoros, y algunas veces son niños, o tontos, y también encuentran tesoros los ciegos.

El tesoro hay que querer encontrarlo y soñar durante mucho tiempo con él.

(“El Buscador de Tesoros”, Álvaro Cunqueiro)

T.- Wendy, tú llevas muchos años enseñando ballet clásico en la Escuela de Danza de Gelu Barbu en Las Palmas y conoces muy bien el mundo de la infancia, por eso me gustaría conocer tu visión de la danza y su importancia en la formación de la personalidad.

W.- Mira, hay una frase del filósofo Kant que para mí dice muchísimo si de lo que estamos hablando es de la infancia: él decía que el juego es lo más parecido al arte. Se refería a la creatividad. Cuando somos pequeños, es fundamental que el niño juegue, y es una pena que hoy se estén perdiendo los juegos manuales porque se está abandonando esa capacidad de crear. Regalamos a los niños juguetes y objetos con los que no pueden desarrollar esa faceta y, cuando crecen, se olvidan de todo y tienen muchas carencias, les falta algo, están vacíos. Sin embargo, los que seguimos el camino del arte tenemos la gran suerte de seguir creando y conservando ese tipo de ilusiones. Para mí hay una cosa primordial en este mundo, y es la ilusión, las ganas de vivir, las ganas de hacer cosas, tener proyectos, en definitiva, crear. Hay que tener un mínimo estímulo de intentar cambiar el mundo. Lo típico que un niño dice siempre: “Yo voy a cambiar las cosas cuando sea grande”. Bien, pues esas tonterías son las que nos hacen humanos y hay un montón de cosas que los niños están perdiendo.

T.- ¿Y cuál crees que es la causa de esa pérdida?

W.- La culpa la tenemos nosotros, porque estamos siendo tan materialistas que queremos darles de todo a nuestros hijos, pero les damos cosas hechas y no les damos, por ejemplo, un trapito para que jueguen y desarrollen su fantasía, confeccionando sus propios trajes, pinturas, juegos de imaginación… Por otra parte, hoy se necesita más dinero que antes porque quieres darles una buena educación a tus hijos, y eso obliga a la pareja a ausentarse de su casa y esa falta de presencia y de diálogo en la familia se suple con juguetes de moderna tecnología que entretienen durante horas al niño. Parece que ahora la gente se está empezando a concienciar de que estas carencias tienen consecuencias en el ambiente del hogar, pero yo recuerdo que, en una época, las madres le daban su llave al niño con las instrucciones correspondientes, como la merienda y las tareas al llegar a la casa. Por eso, yo observo que los niños tienen mucha falta de todo.

T.- Es lo que se conoce como la generación de los niños de la llave.

W.- Claro, y hoy, afortunadamente, se ven menos, pero a ellos les tocó una época en que la mujer no es que se liberara, más bien, yo diría que se desarretó.

T.- Quizá la mujer estaba en una encrucijada decidiendo entre su futuro profesional y sus hijos…

W.- Sí, las que no habían parido son las que empezaron a estudiar su carrera y a bregar en lo laboral para independizarse económicamente y ser libres. Y, en caso de que tuvieran hijos, seguían trabajando mientras se lo cuidara su madre.

T.- Ya. Las abuelas otra vez a vueltas con los pañales… tiene narices. Habría que reconocer la importancia del papel social de estas mujeres que siguen educando con esa ternura necesaria para el equilibrio emocional de los niños. A sus años, aún tienen paciencia para leerles un cuento, jugar a las cartas o animarlos si están tristes.

W.- En fin, ahí está el problema de estos niños de la llave a los que no les hemos dado valores en el hogar vacío. Simplemente es darles una caricia cuando el niño llega a la casa del colegio, el abrazo, el besito… todo eso. La presencia.

T.- ¿Y qué aporta hoy el ballet a esa formación en valores que tanto necesita el niño?

W.- Por mi experiencia durante todos estos años, yo he visto que el ballet es mi vida y que yo también tuve la misma ilusión que hoy tienen las niñas chicas. Yo quería ser una gran bailarina y hacia ahí lo enfoqué todo. Tuve mis propuestas de salir fuera, pero por problemas personales no pude. Con el tiempo y las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, he aprendido que el ballet es algo mucho más amplio. La danza no es una profesión, es una forma de vida. Es la creatividad en su estado más puro, es una forma de estar en el mundo de otra forma. Tanto te hablo en este aspecto del ballet como de la pintura, la literatura, la música… cualquier cosa con la que tú puedas crear y meterte de lleno en el mundo y hacerlo tuyo. Toda persona necesita su parcela para sí, aunque eso suene a egoísta, pero es necesario si también queremos a los demás. Yo me metí en ballet porque quería bailar y eso es lo primordial. Para mí, bailar es vital, y aunque haya muchos bailarines que digan que bailan para el público, yo no bailo para el público, yo bailo para mí.

T.- ¿No tienes presente al público cuándo sales a escena?

W.- Sí, por supuesto, estoy nerviosa y cada vez más, pero bailo para mí. Por eso estoy en ballet, porque me gusta bailar. Si solamente bailara para el público, no me gustaría dar clase.

T.- ¿Tú disfrutas tanto dando una clase de ballet como bailando en el escenario de un teatro?

W.- Sí, me gusta sentirme. No sé cómo explicarlo… Quizás es el dominio que puedo tener sobre mí, cómo puedo explayarme yo misma, y, aun así, el ballet es una de las cosas más difíciles que hay en lo que respecta al control físico. Es una materia que lleva practicándose desde hace muchos siglos, no es algo que te estires y ya está. Son infinitas correcciones, cuidar el músculo, controlar, observar cada elemento de tu cuerpo, tu ánimo, tu fuerza… Es tan amplio y tan completo que siempre va a más.

T.- ¿Desde qué edad estás bailando?

W.- Yo empecé en la Escuela de Gelu Barbu a los diez años y medio y siempre he estado con él. He salido, he entrado, pero siempre he estado con Gelu. He ido madurando con la experiencia y, actualmente, el ballet lo veo como una terapia porque creas, tienes tu espacio, te puedes involucrar completamente en algo que es tuyo, te sientes plena en muchas facetas en las que te vas creando también a ti misma. Creando vas creciendo, te vas formando, porque quizás en otros espacios de tu vida no tienes esa posibilidad porque estás limitada, encapsulada por las circunstancias de la vida, y, de este modo, te puedes explayar. Por eso, volviendo al tema de los niños, considero que el arte es tan completo que debería incluirse en la educación y formación infantil. Del mismo modo, en el colegio, deberían enseñarles un poquito de cada cosa, me refiero al deporte, la música, la danza… pero no a nivel teórico, sino práctico, para que el niño o la niña sepan bien a qué pueden dedicarse más tarde. Estamos en un mundo en el que, desgraciadamente, todo se hace rápido, corriendo, pero si yo fuera madre, estaría obligada a mostrar a mis hijos todas estas facetas con el tiempo y la serenidad necesarias, y, después, que ellos elijan. Porque, el día de mañana, ante cualquier problema inesperado, podrían meterse de lleno en cualquier opción y no estarían tirados en el mundo. Es una forma de tener ilusiones. Yo, por ejemplo, a mis alumnos pequeños, siempre les digo que tienen una suerte enorme, cosa que otros niños no tienen. Es esa ilusión o empatía que se forma entre los niños cuando van a bailar o se van a examinar. ¡Esa ilusión y ese nervio tan grande no saben cómo quitárselo de encima! Sí, lo pasan fatal, pero les hace crecer muchísimo.

T.- Y así aprenden a desarrollar el gusto por el trabajo en equipo…

W.- Exactamente, y es una sensación fantástica, aunque todos sabemos que la danza es muy dura y tienes que luchar mucho.

T.- Una cosa que he observado en ti cuando das clase es que tú no fomentas el espíritu de competitividad entre los niños, sino que los vas atendiendo uno a uno. Ni le haces mucho caso al mejor ni estás completamente pendiente del que casi no llega. Me gusta mucho cómo enseñas a cada niño según su nivel.

W.- Bueno, primero que a mí los niños me encantan, con ellos me lo paso pipa, los adoro. Yo tengo muy claro que doy clases de ballet, pero también estoy dando educación, por eso intento que los niños no compitan unos con otros. Si hay algún tipo de competición, que sea entre todos juntos. Ya bastante compiten en otras cosas. Además, aunque un niño o una niña hayan nacido para ser bailarines -porque eso se ve desde que son pequeños- el mundo da veinte mil vueltas, ¿y para qué hacerles sufrir?, ¿para qué voy a hacer que el resto les coja coraje?, ¿por qué voy a hacerles sufrir a unos angelitos? Estoy dando educación y lo que les tengo que enseñar es todo lo contrario, y, dentro de lo que cabe, lo que tengo que darles es un poquito de felicidad.

T.- En ese sentido, me gustaría que habláramos un poco de Fernanda Mafra, una excelente profesora de ballet clásico con la que hemos podido convivir estos días en Lisboa con motivo de las Jornadas Internacionales de Danza en las que tú también has dado clase. Ella recoge niños de la calle, incluso, los adopta, los mantiene económicamente sin ayuda de nadie y los va preparando en su casa para los exámenes de acceso al Conservatorio de Danza de Lisboa. Les da una vía de salida para no caer en la droga, la delincuencia o la prostitución. Es como si fuera la Madre Teresa de la danza, ¿no? Un ejemplo que debería seguirse en todas partes. Impresionante.

W.- Lo de Fernanda es increíble… de verdad que no sé cómo lo hace… El papel de esta mujer en la sociedad lisboeta es ejemplar, increíble, porque tiene tantas cosas en contra que no comprendo cómo puede seguir adelante. Tristemente, nadie la ayuda, porque cuando se trata de cultura, el Estado prefiere dar ese dinero para otras cosas, si es que lo da. Y, si ni siquiera lo destina a un centro de drogadicción, mucho menos se lo va a dar a Fernanda para mantener a niños recogidos que quieren dedicarse a la danza. Sin embargo, la danza es una terapia y estoy convencida de que te aleja del mundo de la marginalidad porque te da autoestima, te da sueños y vías de avance en la vida. Esos niños tienen la autoestima por el suelo, porque no tienen padres, no tienen a nadie que les quiera, y la danza les da un refugio donde pueden crear algo por sí mismos, algo bello que la gente aplaude y valora. ¿Tú sabes qué es eso para un niño? Hace que se sienta bien consigo mismo, porque hay alguien que le ve y le corrige, que le atiende, le cuida como a una planta en crecimiento… ¡Qué bonito!

T.- ¿Te dijo el nombre que quiere ponerle Fernanda a su futura escuela de danza? Bueno, el otro día me decía que ése es su sueño, fundar una escuela para ayudar a los niños de la calle que viven al otro lado del Tajo, en la zona más pobre.

W.- No lo sé… ¿Qué nombre es?

T.- ¡Escuela Feliz!

W.- ¡Es una pasada! ¡Es una mujer increíble! Yo me acuerdo cuando la conocí hace montón de años, calculo que llevará unos veinte años haciendo esta labor, y yo le preguntaba: “Fernanda: ¿cómo puedes?”; y ella me contestaba: “Donde come uno, comen dos”. Digo: “¡Pero es que no comen dos, sino treinta y dos!”. Pero a ella eso no le importa, y si tiene que trabajar más para que ellos coman, lo hace sin problema, aunque el Estado no la ayude con ninguna subvención. Es una mujer que está bregando sola, como tú dices, es como la Madre Teresa de Calcuta. Yo no sería capaz.

T.- ¡Y con la sonrisa!

W.- ¡Y más feliz que Ricardito! Pero yo no sería capaz.

T.- Eso nunca se sabe, Wendy. Depende…

W.- ¡Hay que tenerlos bien puestos! Hace falta mucho coraje, te tienes que olvidar de ti y ser muy generoso. A todos nos gusta comprarnos caprichos, llegar a tu casa y tumbarte… pero es que ella no desconecta nunca. Siempre ha vivido bajo su techo y bajo su tutela un montón de gente, y gente con problemas. Ahora tiene a Tiziana y Adama, que también han sido alumnas mías en el curso de Lisboa. Pero ella sigue ahí y tiene un valor ¡enorme! Y ojalá que tenga suerte. Ese tipo de cosas se deberían apoyar desde el Estado y las instituciones para buscar una salida a los niños que nacen en los suburbios y sacarlos así de la marginalidad. Enfocarlos hacia el arte, hacia el deporte, la pintura, la música, etc., para que el niño pueda encontrar su lugar en este mundo. Ése es el problema, que muchos niños se sienten tan perdidos que no tienen nada, y esta mujer les está dando un mundo. No les está dando un pan de comida, eso es lo de menos, les está dando la oportunidad de soñar, de reír, de creer. No me puedo olvidar de la sonrisa de Adama haciendo ballet, de esa cara de satisfacción que tenía al realizar bien sus ejercicios, sintiéndose segura de sí misma cuando yo le decía “¡bien!”, ella era feliz…

T.- Muchos de los niños y niñas que Fernanda ha preparado durante estos años han conseguido dedicarse a la danza en Portugal, incluso, en la Compañía de Danza Nacional.

W.- Sí, porque Fernanda es una de esas personas que podría tener una gran escuela de danza y dedicarse a cobrar bien. A ella la buscan siempre para sacar adelante a la gente, de hecho, es una de las mejores preparadoras de niños para ballet clásico que hay en Portugal ahora. Casi todo su alumnado entra directamente en el Conservatorio. Ahora fueron los exámenes de Inglaterra y su escuela fue la que obtuvo las notas más altas a nivel nacional. Ella da clase en su casa, en una escuelita que tiene con unos medios mínimos, pero es una mujer que emana felicidad por los cuatro costados, es grandiosa.

T.- Por último, dime cuáles son tus sueños… ¿Qué proyectos tienes de aquí en adelante?

W.- Bueno, tengo muchísimos proyectos, sigo soñando lo mismo, es decir, crecer por mí misma, pero no hipotéticamente, sino en todos los aspectos. Ahora estoy estudiando Psicología, aunque me lo tomo con calma, porque no tengo tiempo, pero me encantaría completar los estudios, ya no sé si para ejercer o no, eso ya se verá. Y voy a seguir bailando y dando clases de danza, porque me encanta estar rodeada de niños y niñas. La danza es mi mundo, ya sea bailando en escenarios o dando clases, siempre metiéndome de lleno en el arte para hacerlo bien. Eso es lo más importante.

T.- Muy bien Wendy, que tengas mucha suerte y, como Fernanda, nunca pierdas la sonrisa…

D.E.P.

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