fbpx

Las locas cuerdas

Esta mañana he bajado con Violeta al mar, se ha empeñado en ir a limpiar la playa. Algunos isleños locales, incluido el señor que hace zumos naturales en el kiosco del paseo marítimo nos observan mientras sacamos plásticos del agua. Cuando la bolsa de basura que llevamos amarrada al bikini está llena de botellas y desechos, ¡hasta una silla! salimos, morados los labios. Mientras Violeta se sacude las rastas hechas con el cabello de otras amigas que tiene regadas por el mundo me mira seria y me dice: -“Me estarás guardando pelo…”. Pongo cara de circunstancias, se me ha olvidado por completo ir metiendo el pelo que se queda en el cepillo cuando me peino en una bolsa. – “Te prometo que a partir de hoy te voy a guardar”.

 

Inés ha descubierto la magia y la envía envuelta a sus amigas en sobres de papel kraft a través del servicio de correos. En estos días se cuelga un bolso tejido en un color muy vivo cuando tiene que salir a hacer algún recado en el pequeño pueblo de campiña en el que vive.  Son días de pleno invierno gris, pero el bolso de Inés da colores a las calles teñidas de lluvia, al horizonte oscuro y a las caras de los vecinos que se cruza encogidos por el frío. Justo hoy alguien escribió una carta que terminaba con estas palabras a Inés: “Apenas sin darnos cuenta, con la magia viajando a través de los entresijos del correo postal y los colores vivos de un hermoso bolso guajiro, ha estallado la primavera”.

 

Adriana llegó ayer a la gran ciudad y no conoce apenas gente en el lugar, pero esta noche, decreta, quiere salir a tomar. Es viernes y paseando por el Born encuentra un bar que le gusta, entra y se sienta en una mesa, apenas hay personas. Poco después llega un grupo grande de amigos, escogen una mesa junto a la de Adriana y le van pidiendo permiso para usar las sillas que hay donde ella está. – “Sí, están libres todas, las pueden agarrar”. De golpe se ha llenado el bar. Mi amiga, en su mesa con una única silla, observa a los corrillos de amigos conversar a su alrededor. De pronto toma aire, se retira cuidadosamente un mechón de pelo de la cara, se sienta bien hacia atrás y apoya las escápulas en el espaldar de su silla, levanta la mirada y grita por encima del barullo al camarero que pasa por su lado: – “¿Oiga, la música para cuándo? Y… ¿me sirve otro Pisco Sour por favor?”

 

A Jovita mi nombre le suena a hierba y el nombre de Ana a un puente rojo.  Cuando está triste se pinta los labios y se pone muy bien puesto el pelo. También canta, “porque quien canta sus males espanta”, todo el tiempo, en casa, cuando cocina, cuando camina hacia el trabajo y mientras se baña.

 

Zoe hace un duelo desde que cumplió los treinta y tres cada vez que menstrua, aprovechando la zozobra que le da el baile de hormonas llora al hijo o a la hija que aún no ha engendrado. Desde hace tiempo también, durante los días de su regla riega las plantas con su sangre y ha construido un jardín hermoso en casa, lleno de flores nutridas y de colores. Una vez toqué a su puerta triste por un mal de amores, Zoe me sentó a tejer un bolso como el que lleva Inés por las calles de su pequeño pueblo, frente a su jardín menstrual. Mientras yo me sorbía las lágrimas Zoe me susurraba dulce: “Así es amiga, teje tu tristeza”- Y de golpe añadió- “A propósito ¿vos plantas tu luna, cierto?”

 

María baila, se pone la música bien alta y baila, mueve la cabeza, se alborota el pelo, salta y cuando termina y se va a la ducha empapada en sudor sonríe y piensa “que me quiten lo bailao”.

 

Mara se agarra el moño con un sujetador de encaje sin aros que encuentra tirado por su habitación, “¡voy a comprar pa’ hacer desayuno!”- me grita cuando ya está saliendo del apartamento. Hace un calor infernal, en la ciudad donde vive Mara siempre hace un calor infernal, enciendo el ventilador. Las fotos que empapelan la pared del cuarto de mi amiga empiezan a moverse. La habitación es un templo a la mujer pelirroja, cientos de fotos de revistas decoran la estancia, así le gustan las chicas a Mara, pelirrojas y con pecas… A mí lo que de verdad me gusta de mi amiga es que salió a la calle con el moño agarrado con un sujetador de encaje sin aros.

 

Ellas son las locas, las raras, las colegas del alma, las que pasan por el lado de cualquiera sin resoplar ni hacer ruido y sin embargo llevan el peso de generaciones cargado en la espalda. Las que transitan valientes, soltando en cada etapa un poquito de miedo, las que merman los dramas y las catástrofes. Las que llegan a la casa abriendo puertas y ventanas, dejando que entre el sol, descalzas y con un  tintineo de cascabeles atado a los tobillos, porque así es como suena la alegría. Ellas son las brujas, las magas, las chifladas, las que salen de puntillas porque así suena menos y duele menos, aunque en realidad nunca se terminan de ir del todo. Ellas son las fuertes, las hijas y las nietas de las guerreras, las madres de las mujeres de las ideas y las abuelas de los futuros cantos a la libertad. Ellas son las luces, sus rarezas y sus excentricidades son los rituales del aquelarre que cada una desde su sitio, invoca en cada luna llena. Ellas son las tejedoras de los acontecimientos y de las historias más auténticas. Ellas poseen la locura que sana, los ungüentos que hacen brotar las lágrimas y las carcajadas. Ellas son las locas, las locas cuerdas, las que cualquier mujer en su sano juicio tendrá presente en alguna o en todas sus vidas.

BUSCAR