Observar a menudo me lleva
a instantes que no parecen del todo míos. Son un regalo de la vida que contengo dentro, en un corazón arrepentido,
de un robo consentido sobre algo invisible para asesorarlo en la memoria.
Tocar, frecuentemente, se me asemeja un acto ajeno, casi en la piel del extraño que me mira altivo en el espejo y a quién prometo no conocer más que en contadas ocasiones.
Rememorar es siempre un acto de fe,
un abismo de neblina que oculta capas de miedos y decepciones, momentos de fracasos personales y traumas
convenientemente doblados sobre sí mismos.
Amar se ha tornado un riesgo mal calculado, un escalofrío en la espina que hace brotar la inseguridad mal curada, de lastres aún fijos en los tobillos. Es un mar de olas agitadas y aguas oscuras e insondables que amenazan con engullir al pequeño ser en el que me he convertido.