“Necesito volver a conectar con mi identidad, me siento vacía”.
Estas fueron las palabras que una clienta trajo al inicio de la sesión.
“¿Cómo sabrás que estás conectada con tu identidad?”
Y como si de un bote de cristal vacío se tratara, lo fue llenando de objetos. Para ella conectar con su identidad significaba hacer actividades físicas para ella misma (cuando salga a andar por la playa, cuando vaya a nadar, cuando salga del trabajo y me vaya a hacer yoga…) en las que encontraba bienestar.
Como si la identidad de cada uno se construyera haciendo y haciendo, ocupando nuestro tiempo para llenarnos de algo, sintiendo que estamos vacíos como el bote de cristal.
¿Qué ocurre cuando partimos del bote de cristal lleno en lugar de vacío y a partir de aquí decidimos conectar con su contenido?
Pues éste fue el cambio. Ver a su identidad (ergo, a ella misma) como un bote lleno en lugar de verse como un bote vacío.
“¿Y cómo sería si ésta fueras tú?”, le dije dibujándole un bote lleno de piedrecitas.
“Cuéntame que son cada una de estas piedrecitas para ti”.
¿Pensáis que me empezó a recitar las actividades físicas que se regalaba?
Su enumeración constó de una serie de compromisos, deseos, valores, emociones. Todo aquello de que constaba su identidad y que no estaba conectando con ello.
¡Claro, si yo ya estoy llena y no me estaba dando cuenta!
Identificarse con el “hacer” en lugar de con el “ser o estar siendo” (éste último permite darle más fluidez y movilidad al ser) le estaba alejando de ella misma, la hacía sentirse vacía y la estaba conectando con el mundo externo, a ese en el que se nos evalúa por las cosas que hacemos, sin valorar muchas veces aquello que estamos siendo en cada momento.
Esto le permitió hacer un paso más hacia su gran reto, que tenía que ver con su propio bienestar, y escoger si hacer (o no) actividades conectada consigo misma.