Ahora, que nos da miedo viajar a cualquier sitio… Ahora, que nos da miedo abrazarnos a cualquier cuerpo… Soledad Puértolas nos invita en un verano caluroso a viajar y a enamorarnos en la India. Un destino que tendrá mil ramificaciones con mil consecuencias, como casi siempre, imprevisibles, como casi siempre, inevitables.
“Nací doce años después de mi hermana Raquel, y mi infancia estuvo marcada por una sucesión de enfermedades que exigió un constante cuidado por parte de mis padres, por lo que ellos me considerarán siempre como una persona delicada y débil a quien han de prestar todo su amparo. Les gusta sentir que me lo dan, pero en alguna parte de sus conciencias algo les debe de decir que el juego se ha invertido hace mucho tiempo. Todo lo que pueden hacer es tratar de acallar sus sospechas, que se esconden tras miradas que fluctúan entre el temor y el reproche” nos cuenta Aurora, nuestra protagonista, en la treintena y viviendo en Madrid en casa de sus padres.
La “pobre Raquel” según su madre, “bastantes problemas tenía con sus cinco hijos y con su insoportable marido. Pasaban los veranos a la orilla del mar, en medio de un calor asfixiante y bajo un sol cegador, porque Alfonso no podía prescindir de sus aficiones acuáticas, que iban desde la pesca submarina hasta el windsurfing. Enteramente dedicado a los placeres que el mar ofrece, indiferente a las tareas de la casa y a las diversiones de sus hijos, no hubiera sido capaz de tolerar la menor alteración de sus planes y mucho menos la presencia de dos personas mayores a las que había que dedicar algún cuidado y a las que la edad les había dado al fin vía libre para permitirse cierta dosis de impertinencia” según su hermana.
Con la llegada del verano y del mes de vacaciones, llega el tradicional traslado a El Arenal y la huida de la ciudad al campo para sus padres, y la huida de la ciudad y de sus padres para Aurora. “Cuando les comuniqué a mis padres que me iba con Mario a hacer un viaje por Oriente, percibí en su respuesta cierta desaprobación. Conocían a Mario e incluso sentían simpatía por él, quien, por su parte, se esforzaba en mostrarse muy amable con ellos, pero hubieran preferido que en mi vida se introdujera una amistad nueva, un propósito de matrimonio. Eran perfectamente contradictorios. Querían y no querían que yo me casara. Partidarios de la normalidad, sabían que el precio de esa normalidad era, también, quedarse solos”.
El viaje para Aurora empieza en Delhi. Después una cena en el hotel, una mesa llena de desconocidos: estaba Ángela que venía desde Sri Lanka, un matrimonio experto en algas marinas que iban a un congreso, dos chicos hindúes Aziz e Ishwar. “La mirada de Ishwar me atravesó. Calculé que sería algo más joven que yo, no mucho, y puede que bastante más experimentado que yo. Se notaba en la forma en que miraba, fumaba, hablaba y sonreía. Un chico seguro de sí mismo, que sabía que gustaba y a quien le divertía sacar partido de ello”. También rondaba por allí una alemana que parecía observarlos a todos, Gudrun, y finalmente un inglés, James que “rondaría los cuarenta años, llevaba pantalones vaqueros muy gastados y una camisa azul de manga corta y era alto, rubio y atractivo. Se acercó hasta nosotros y me tendió la mano con cierta desgana, al tiempo que dejaba resbalar sobre mí una mirada de absoluta indiferencia”. A su vuelta a Madrid, una tarde domingo, Aurora vuelca todos los regalos encima de su cama, y todos los recuerdos la llenan de nostalgia: una aventura fugaz pero intensa, como es el amor cuando eres turista.
Con la llegada del otoño, un nuevo romance, unas fotos del viaje, una visita inesperada, un regalo desde el extremo oriente y nuevos acontecimientos que traerán a su vida nueva información, en la que cada uno de los comensales de aquella mesa en Delhi revelan nuevas personalidades.
La historia de nuestra Aurora se mueve entre la novela romántica, la de detectives y el diario íntimo, con la soltura y la honestidad que dan las noches y las experiencias.