Ya huele a lluvia, a frío, a sopa, a sofá y manta. Huele a mañanas frescas y tardes cortas. A cielos grises y miradas tristes. Huele a prisas, a atascos, a nervios y a cambios.
Septiembre es esa estación de paso donde el verano da sus últimos coletazos y el otoño llama a nuestra puerta; unos días golpea con fuerza y entra en nuestras vidas como un huracán cuando le abrimos. Otros días llama y se esconde, tímido, como si aún no quisiese entrar. Y le dejamos pasar; a veces, de mala gana y otras deseando abrazarlo.
Huele a tierra mojada, a colores ocres y a potajes. Y el calendario escolar comienza a regir nuestras vidas; incluso las de los que no tienen hijos. El olor a libros nuevos todo lo invade. Y a mí me invade la nostalgia. Y mi corazón se va encogiendo al mismo ritmo que los días. Poco a poco. Sin prisa pero sin pausa.
Pero sé que septiembre se irá, que el ánimo podrá ir decreciendo, pero disfrutaré de ese olor a tierra mojada, a colores ocres y a potajes. Y las prisas dejarán de serlo y los atascos no serán eternos. Y la nostalgia se esfumará, en medio de alguna tormenta. En realidad, sólo quiero que septiembre pase y que me arrope el invierno.