Relata Javier Marías en su novela Corazón tan blanco que la verdadera unidad de los matrimonios la constituyen las palabras, “más que las palabras dichas —dichas voluntariamente—, las palabras que no se callan —que no se callan sin que nuestra voluntad intervenga”.
Son esas palabras que hablan desde la verdad, que salen por sí solas porque así lo sientes y el peso que puede suponer decirlas no es comparable con la carga que supondría callarlas. Diría que son las únicas palabras que tienen algún tipo de valor, las demás, las medidas, las premeditadas, las complacientes, las hirientes, buscan otras finalidades que distan de la verdad. Son todas esas palabras que se lleva el viento, banalidades deletreadas, la paja, la mala hierba, el montón….
¿Hay algo peor que ser del montón?
Ser común, ser comparable, ser irrelevante, ser reemplazable, ser sin ser. Todo lo que nadie querría. Todo lo que nadie busca. Todos merecemos no ser del montón en algún momento de nuestras vidas, que nuestra individualidad sea apreciada, que nuestra belleza innata sea tal que de existir una réplica posible nunca fuese suficiente. Y por eso nuestra sed de autenticidad connatural al ser humano aspira a ese lugar, en un trabajo, en un deporte, en la familia, en el amor, en la amistad o en una simple competición. Si nos paramos a pensar en las personas que admiramos es porque en alguna dimensión de su vida se han ganado esa posición, al menos a nuestro modo de ver.
Si hiciéramos una lista de personas imprescindibles y palabras inolvidables a lo largo de nuestra trayectoria vital, probablemente la correlación entre ambas hablara por sí misma.
Las relaciones no se definen por la cantidad de secretos que guardan, ni las decisiones que toman, ni los momentos que viven, ni siquiera el respeto que se mantienen. Como bien decía Marías, es todo lo que no es posible callar la verdadera unidad de las parejas, porque la fuerza de nuestros sentimientos más intrínsecos impide que cobijen en nuestro interior, porque omitirlo sería omitirnos a nosotros mismos, negándonos cualquier posibilidad de ser de la forma en la que queremos estar en el mundo.
Qué nos debemos si no es nuestra verdad.
Rendir culto a uno mismo.
Llenar la vida de palabras que no podemos callar.