A veces no percibimos la realidad tal como es. O son los demás los que no la ven como deberían. O, simplemente, no todos percibimos lo mismo de la misma manera. Lo que para mí puede resultar lo más normal del mundo para otra persona puede ser algo extraño, curioso o hasta escandaloso. Y viceversa.
Recuerdo cuando, hace ya un par de años, se me ocurrió raparme la cabeza. Fue una de esas ideas alocadas, que siempre me había apetecido hacer y nunca me había atrevido. Pero llegó un momento en el que me lo planteé y me dije: – ¿por qué no? Ahora o nunca. Y fue ahora. Para mí no fue ningún trauma ni nada fuera de lo común. Simplemente, un día entré en la peluquería con pelo y salí sin pelo. Pero seguía siendo yo. No me notaba distinta. Nada había cambiado. Caminaba por la calle como cualquier otro día. Iba vestida como cualquier otro día. Hablaba como cualquier otro día. Fui al trabajo como cualquier otro día. Sólo fui consciente de la nueva realidad, de que algo había cambiado, cuando me vi reflejada en los demás. No cuando vi mi reflejo en un espejo, sino cuando vi la cara que ponía la gente al verme. Obviamente, esos reflejos eran de lo más diversos: caras de asombro, de risa, de pena, de susto… Incluso cuchicheos a mis espaldas. Como si mi decisión fuese algo de importancia vital en sus vidas y tuviesen derecho a opinar sobre ello. Absurdo ¿no? Aunque tengo que decir que, personalmente, no me importaba demasiado lo que los demás opinasen. Yo soy yo, independientemente de mi “aspecto capilar”.
Lo mismo le pasa a las personas de color, a los de otros países y culturas cuyos rasgos son distintos a los nuestros. Por ser negros los miran, por ser chinos los miran, por ser indios los miran. Por ser albinos, por tener síndrome de down, por tener labio leporino… Por ser demasiado alto o demasiado bajo; demasiado gordo o demasiado flaco. Pero el chino no va por la calle pensando que es chino y por eso es diferente. Es una persona. Es él. Y punto. No hay diferencia entre él y un occidental, salvo sus ojos rasgados. Y ¿acaso es eso importante? Dudo que esa característica física suya sea suficiente motivo para hacerle sentir una persona diferente. Ni mejor ni peor. Es lo que hay dentro lo que lo diferencia.
Si los bebés y niños no hacen distinciones entre personas (o animales) diferentes y se relacionan con todos por igual ¿por qué los adultos no pueden hacerlo? Si esa naturalidad innata se la trastocamos a medida que van creciendo y les educamos en el odio, el racismo, la xenofobia, la homofobia… ¿qué esperamos? Un niño no odia a otro niño porque sea negro, blanco, chino, ruso, le falte un brazo, una pierna o un ojo. Pero percibe lo que sienten los adultos a su alrededor. Y ahí radica el problema. ¿No sería más fácil que viesen que nosotros vemos como ellos, con naturalidad, sin maldad?
¡Qué fácil debería ser! ¡Y qué difícil parece que le resulta a esta sociedad!
Intentemos percibir lo que hay a nuestro alrededor con otros ojos. Seremos mucho más felices