Por las calles vacías de una ciudad
que ahora me parece irónicamente inclemente,
veo en mi mente la mentira
del reflejo de tus ojos
y como tus labios pronunciaron las palabras
que me expulsaron del cielo
que anteriormente hacia cruzado.
Lo sé, ahora hábito en un lugar oscuro
donde mi piel se arruga por el frío de la soledad.
La lluvia cae sobre mí
con la rabia que siento al escapar del olvido
tratando de llegar a ningún lugar.
Mis lágrimas no serán testigos de tu marcha, aquella que mi alma siente
sobre ella, como si cada paso
se le clavara hiriente,
un clavo más en mi ataúd.
Me siento vacío y, al mismo tiempo,
lleno de la rabia ciega de quién
no puede dejar de amar
a aquello de debería despreciar.
Hubo una vez que una luz iluminó tus ojos al verme,
haciéndome sentir ingrávido,
excesivamente afortunado para
el destino de una vida mortal.
Luego rasgaste con tus uñas mis alas,
mentiste sin esforzarte en apartar la mirada,
pretendiendo anclarme
por un amor nunca correspondido.
Camino sin rumbo, con los pies descalzos,
trato de encontrar respuestas
a preguntas que nunca desearía tener que pronunciar.
Pero el silencio es tan pesado,
que me da más miedo que la verdad.
Siento un desgarro en mi confianza,
el dolor de tu traición en el pecho incrustado.
Grito, quiero así sacarte de mí
pero es un grito oculto por el agua,
por los truenos que está tarde
taladran el cielo incontenibles.
Parte de mí siente la quemazón
de una sangre envenenada por tus caricias
ya cicatrices en mis venas moribundas.
Creo sangrar en cada latido
del corazón enfermo por tu sonrisa,
condenado que golpea mi cuerpo
y permite insuflar a mis pulmones
el aire que compartí entre mis labios contigo.
Ahora todo eso es un pasado doloroso.
Tú hipocresía ahora se cobra otra víctima.