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Autorretrato ante el espejo

Yo para escribir necesito mirarme al espejo. Preguntarme cosas. Aceptar mis obsesiones. Amar lo que son porque son parte de mí.

Y cuando me miro al espejo el reflejo me devuelve a una mujer fragmentada pero no rota. Fragmentada por todos los pedazos de vida que me tocó compartir con otras personas que pasaron de largo o se quedaron un rato. En este sentido me veo como un retrato cubista parecido al que pintó Picasso de Dora Marr, que encierra todas las perspectivas para que una pueda elegir con cual quedarse ese día como quien cambia de falda o de bolso.

Tengo decenas de bolsos. Algunos regalados, otros comprados, otros ganados en un sorteo, hasta uno vintage heredado de mi abuela. Ese, el heredado, es que el más me gusta. Y la pregunta es inevitable. ¿Qué ha contenido ese bolso en la época en que mi abuela lo utilizaba? Me imagino que un pequeño portamonedas, unos polvos de arroz para el rostro, ya que sé que ella los utilizaba, carmín para sus finos labios, quizás un peine pero lo que es seguro es que llevaba un pañuelo.

Nunca vi a mi abuela llevar ese bolso que me tocó en herencia lo que sí recuerdo es que ella siempre llevaba un pañuelo de hilo blanco, con puntilla, en un bolsillo de su falda y hasta entre sus abundantes pechos la había visto yo esconderlo, discretamente. Y me parecía un gesto tan sexy y transparente a la vez.

Volviendo a este rostro mío fragmentado, que no roto. Pienso al mirarme, mientras me toco las mejillas, que puede ser un collage. Como los que hacía Herta Müller. Un collage que contiene lágrimas, deseo, sonrisas, árboles que dejé atrás al pasar, olores a tabaco y perfume, quilos de carmín, sudores ajenos en mis mejillas, y besos, muchos besos depositados a veces con ternura otras con deseo. Un rostro al que muchos han querido devorar pero que se conserva intacto porque está fragmentado, pareciera, pero no roto, me digo a mi misma mientras me miro en el espejo.

Ahora mientras me miro me doy cuenta de cuantas veces otros han intentado pintar mi rostro, este collage que está hecho a pedazos. Con sus emociones, con sus expectativas sobre mí, han querido hacer su propio retrato de otras que no soy yo porque aunque se pueda jugar con los trozos, aunque a ellos les parezca que pueden ponerlos, unirlos, quitarlos a su gusto en realidad, no pueden, es un espejismo, nunca ningún hombre pudo hacerlo.

Soy yo quien me construyo cuando me miro. Yo y solo yo puedo dibujar este rostro a mi antojo. Yo puedo coger ese pañuelo que siempre llevo en mi bolso y borrar en un segundo lo que creen que ven y ser otra en un instante.

Soy yo quien me construyo con cada palabra y con cada silencio.

Si me preguntan dos veces seguidas qué contiene mi bolso diré que “no sé”. Porque ese bolso ha contenido muchas cosas según el momento, según quién era y quién soy. Puede contener ropa interior si preveo pasar la noche fuera, o una crema de manos si pienso que el vuelo va a resecar mi piel, o licor si sé que voy a llevar malas noticias.

Y prefiero que sea así y contestar que “no sé “porque la mujer fragmentada que soy se alimenta de eso, de tirar del hilo del “no sé” para saber más, para dejar que la curiosidad me conduzca a un acantilado, a la barra de un bar, a la casa de alguien que sé que no me quiere, o a un convento.

Todo lo que cuento y todo lo que no cuento.

No sé.

La escritora vive aquí. La soñadora vive aquí. La recolectora de plantas. La bruja sin bola de cristal. La amante de Bill Evans. La que avanza. La que llora por nada. La que guarda su corazón en su bolso junto con su pañuelo. La que se bloquea por las mañanas. La que no entiende nada. La de la respuesta elocuente. La que desearía ser otra pero en seguida se arrepiente. La que quiere tatuarse y no se atreve. La que quiere estar aquí y allí. La que tiene fe, fe en la vida, sin saberlo. La que no sabe. La escritura vive aquí.

Hay mil maneras de iniciar un párrafo, o una novela, o una historia de amor (o de desamor) pero este quiero empezarlo con la duda, con el paréntesis que me arroja a la pregunta de quién soy realmente y si sé qué quiero o si creo que lo sé pero en realidad no tengo ni idea y solo voy pasando fragmentos de vida a mayor o menor velocidad. Escribiéndome postales de vida a mí misma. Archivando esa postal como si fueran fotos guardadas en una caja. Esas postales que revuelvo cada cierto tiempo, cuando tengo hambre o cuando tengo sed (o ninguna de las dos cosas) y que me invitan a cerrar los ojos y recordar a aquel que jugaba conmigo porque siempre me decía A cuando en realidad me quería decir B. Y él jugaba a que yo lo averiguara pero nunca supe leer entre líneas, pese a ser escritora.

Abro la caja de postales de vida y me encuentro el diminuto pene del David de Miguel Ángel, la pastilla de jabón verde oliva de San Miniatto Almonte, el agua hasta mis rodillas en la Plaza de San Marcos, el olor de unos espetos llegando hacia mí en una playa de Torremolinos, los cuervos negros por decenas como motas negras sobre el manto verde de Cork, la sensación de estar en el fin del mundo en la Isla de Mull, una sonrisa amable cazada al vuelo en el barrio de la Alfama, el aroma a masa madre de las hogazas de pan al pasar por una tahona en Asturias, el cielo amenazante y violento en Skansen, la mirada escrutadora de Bulgakov sobre mí en su apartamento de Moscú, el hambre de Ana Frank en el altillo de Amsterdam, el deseo por una Coca Cola en la época comunista en Budapest, apoyar mi cabeza en la misma mesa donde Simone de Beauvoir escribía su textos en el Café de Flore, descubrir la palmera que inspiró a Stevenson para escribir La isla del tesoro en Edimburgo, la humedad hurgando en mi cerebro en el ambiente del Limerick, el azul turquesa de una cala en Menorca, el gospel a pleno pulmón arropada por una comunidad en Harlem, el olor a mar auténtico en Cádiz, la olla podrida al fuego en casa de Lope de Vega…y todo, todo lo que no cuento porque no se puede.

Y todo, todo esto está en mis labios (y no lo sabes) como un secreto que quieres descubrir de manera obsesiva solo porque has sido mi amante y no puedes porque aun no te he invitado a mi jardín literario.

¿Cómo quieres que te muestre lo que llevo en mi bolso? Creo que ahora lo entiendes porque son muchas las mudanzas, los pisos, las casas, los viajes, los desplazamientos y en todo este tiempo fragmentado, como mi rostro, a modo de microvidas pero solo ha habido y hay una casa a la que siempre, siempre, siempre puedo volver, una casa donde me siento segura y esa casa es la literatura.

Ya te habrás dado cuenta.

Esto no es un cuento popular, esto no es un cuento tradicional.

Esto no es un cuento es tan solo mi vida que me cuento a mi misma ante el espejo.

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