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SANTA LUCÍA, 13 DE DICIEMBRE

 
Somos muchas las personas que no queremos seguir en esta casa del miedo donde cada vez es más difícil encontrar la salida. En este parque de atracciones se venden muy caros los sueños y ya no sirven ni chupitos de ilusión por ganar un peluche en las barracas. Se percibe en la gente un desencanto general en puertas de la Navidad. Y es que los medios de comunicación insisten día y noche en inocularnos dosis de ansiedad para destruir cualquier proyecto de cara al nuevo año. Y no sólo me refiero a las noticias de contagios y restricciones de la pandemia. No. Sistemáticamente, los señores del aire proyectan sus focos hacia tragedias y conflictos de diversa índole según estrategias geopolíticas que no están al alcance del entendimiento de la sociedad. Afganistán fue noticia bucle hace unos meses, también la escasez de microchips, los problemas de distribución de mercancías en los puertos… Y así tantas y tantas realidades ascienden por los circuitos del tercer entorno hasta explotar y desvanecerse como pompas de jabón según suban o bajen los niveles de audiencia colectiva y su impacto en la economía global. Hay feligreses de todas las cadenas –con o sin iglesia reconocida– que vienen a convencerte de que su verdad es la mejor y te meten su panfleto en el bolsillo. Así están los basureros… Pero, a estas alturas de la obra, yo creo que el rato de teatro es suficiente. Basta. Y es que da ganas de bajarse en la próxima estación y apagar la tele, el móvil y el iPad para mantenerse a salvo. Hemos llegado a un punto en que la feria traspasa los límites de la razón y no hay quien aguante tanta majadería suelta. Activar el modo avión una temporada. En fin, confío en que hoy, Día de Santa Lucía, comience a estirarse la luz como un elástico hacia la intensidad y vaya disminuyendo la oscuridad, pues como dice el refranero castellano: “Por Santa Lucía, se acortan las noches y crecen los días”.
 
Teresa Iturriaga Osa
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