Las llamas han amputado el aliento
de los árboles.
Les duelen las coronas de espinas
—la indiferencia
de los desalmados
que se nutren del caos.
En su muerte de cruz, el bosque inocente
gime su tortura
y ningún ungüento de miel y aloe
le sirve para mantenerse en pie.
Miles de personas se afanan
por apagar la ira
del elemento errante, ese fuego
— exterminador—
que dispara a su antojo
a los verdes del barranco,
dianas de tiro.
En bancales de flora quemada,
escondidos en las cuevas guanches,
sobreviven los roedores del desastre.
El monte expira.
Ahora el hollín le cubre el cuerpo
con un manto oscuro, en un sepulcro
muy triste —muy triste.
¿Cuánto tardará la estrella en brillar
ante sus ojos?
En verdad, en verdad os digo que viene la hora
de pasar de la muerte a la vida.
Detener el látigo que le cruza la cara
a lo sagrado.
(Incendio en Tenerife, 18/8/2023)