fbpx

Una gran obra.

Las seis de la mañana, suena el despertador, empieza un nuevo día y con él se pone en marcha un complejo mecanismo de deseos pendientes y sueños enmarcados cuya consecución implica un montón de obligaciones y tareas ineludibles. Con mayor o menor precipitación, los engranajes de dicho mecanismo comienzan a encajarse unos con otros. Inicia la función entre una vorágine de sucesos que tienen lugar a tu alrededor, pero de los cuales no eres plenamente consciente. Son parte del escenario de tu vida.

La función se va desarrollando con la fluidez habitual, pero de repente, en mitad del segundo acto, la vida decide sorprenderte. O mejor dicho, la muerte hace su aparición en mitad del escenario. Ningún actor la espera, todos repasan atónitos su guion. Todos saben que es un personaje, pero no es uno más, porque cuando ella aparece en escena, se convierte irremediablemente en la protagonista de la representación, desmontando cualquier trama, improvisando ella misma el papel de todos los personajes presentes.

Hoy se ha colado en tu obra, te ha arrebatado de las manos y sin ningún miramiento, esa historia que, con tanto mimo, llevas unos años redactando, repasándola y retocándola una y otra vez, en un intento casi desesperado para que quede lo más perfecta posible.

Hoy la muerte ha venido a visitarte y ha parado la vida. Bueno, realmente, ha parado tu vida, porque la del resto sigue su curso. En cuestión de un escaso segundo tu compañero de reparto, el otro protagonista de tu historia y, también redactor de la misma obra, ha desaparecido. La persona con la que habías compartido infinitas horas de intensas decisiones, merecidos descansos entre escena y escena, tu mano derecha dando forma a los diferentes escenarios, tu principal cómplice a la hora de crear a esos dos personajillos aún demasiado jóvenes para entender nada de teatro, obras, vida y muerte… Él, ha desparecido para siempre de vuestro escenario.

La muerte también se ha ido con él y te han dejado ahí plantada, en mitad del proscenio. Buscas entre bambalinas, en la chácena e, incluso, pruebas suerte en el foso, pero nada. Para mayor desesperación, aparecen cada vez más actores irrumpiendo en tu obra. Personajes que sí conoces, que sí forman parte de tu historia, pero que encuentras fuera de lugar. El caos toma el relevo a la muerte. Compruebas con impotencia cómo esos personajes se mueven desordenadamente por el escenario, dando tumbos unos, gritos y sollozos otros, cada uno se inventa un monólogo que improvisa delante de ti esperando tu reconocimiento y aprobación.

Mientras, tú ojeas a tu alrededor sin querer, y ves, pero no miras, oyes, pero no escuchas, estás ausente en tu presencia, intentas evadirte, pero no te dejan. Y de repente, como por arte de magia, todos se esfuman de escena. Las tablas vuelven a quedar exclusivamente bajo tus pies. Se atenúa la iluminación de los focos. Echas un vistazo a tu alrededor. Los decorados están destruidos. Un haz de luz proporciona mayor claridad al telón de foro. Allí descubres a esos dos personajillos que con tanto amor y dedicación habíais creado tu compañero y tú. Una tiene 4 años, el otro apenas 2 meses. Buscas desesperadamente, y encuentras unos guiones que apenas se habían empezado a escribir. Te detienes para comprobar que hay dos tipos de letra, ambas manos estaban redactando ese pequeño trozo de historia y, sin embargo, uno de los capítulos principales de toda la obra. La pluma aparece ahí tirada, al lado de esos guiones. Casi por inercia, con mano temblorosa, te agachas y la recoges.

Vuelves la vista hacia aquellos pequeños que te miran con curiosidad y cierto temor ante tanto alboroto. Millones de dudas te asaltan, mientras el miedo, el dolor, la incredulidad y la rabia aparecen en escena. Unas veces turnándose en su actuación, otras veces aparecen a la vez tornándose en un acto demasiado pesado y agotando tus energías. Deseas que se apaguen las luces, que se baje el telón, que aquellos niños dejen de solicitarte, que se acabe aquella obra inacabada cuyo desarrollo ha virado de tal manera que ya no la identificas contigo…

Aún no lo sabes, pero más temprano que tarde, volverás a agarrar con mayor o menor firmeza la pluma que con tanta ilusión elegisteis entre los dos, recuperarás aquel guión que comenzasteis un maravilloso día, y, entre llantos, sonrisas y, ¿por qué no?, alguna carcajada, emprenderás de nuevo la redacción de tu historia.

BUSCAR