Te llevaste todo.
Robaste sin pudor
aquello bueno que había dentro
y no supe agarrar con fuerza.
Mis buenos deseos,
mi comprensión infinita,
la simpatía que creí por tí sentir.
Vacía y con heridas graves
te vi marchar en busca de otro lugar
dónde colocar aquello que llamaste corazón.
Y me dejaste vacía,
destruida y desolada,
arrasada como tierra de nadie,
cruelmente desechada tras ser saqueada.
Así me sentí entonces,
cuando no entendía que había más
de mí que lo que te habías llevado.
Me dejaste aturdida
hasta que supe empezar
a llenarme otra vez de mí
con ayuda de otros,
a través de la generosidad de quienes
sí creyeron en lo que podía ser de mí.
Y olvidé mi rencor, mi odio,
enterré aquello que quedaba de recuerdo
de lo que hiciste contra mí.
Me sentí completa como nunca antes.