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Bajo la lluvia…

Paris, verano de 1991, un julio de aquellos que son fríos y lluviosos, donde el sol, receloso y escurridizo se resistía a calentar. Habían pasado un par de semanas de mi llegada y las clases del instituto ya estaban tomando su ritmo y las amistades nuevas también. Salíamos a pasear y conocer la “ciudad de la luz” en las tardes, en grupo, todos juntos y todos solos. Siempre de regreso antes de las diez de la noche y es que el dormitorio de monja, donde se hospedaban Ana y Cristina, no se abría el portal si se retrasaban un minuto de la hora, de ser así, teníamos que pasar la noche de empalmada, de cafe en cafe y lavándonos las caras en los pocos cafés que quedaban abiertos en los “Champs-Élysées”. Si nos sobraba algo de dinero, compartíamos una sopa de cebolla para rendir hasta las siete de la mañana, hora en que volvían a abrir el portal. A cambiarse y correr al instituto. Así viviríamos una de las experiencias que llevo guardadas en mis memorias como una de las más lindas y románticas.

Llegó el día, 13 de Julio, se respiraba el ambiente de fiesta y entusiasmo en toda la ciudad y también nosotros, “pourquoi pas”, porque no celebrar también la toma de la Bastilla y sus preparativos, si para eso estudiábamos francés en París, para vivir como parisinos. Recorrimos las calles con el frío y la niebla que pronosticaban lluvia, el puente de los artistas, la calle de los platos rotos, Notre Dame, la “Ils de St Jhon”, cada rincón con sabor a romance y aventura. Así llegamos a la “Grande Fête des pompiers”, la fiesta de los bomberos que se celebra en el patio interior del parque de bombas de París. Allí nos quedamos  compartiendo. Ya casi rozando la una de la madrugada comenzó a llover, la música continuaba, yo me subí a un pretil en el cual me podía cobijar un poco y que me daba visibilidad sobre todo el patio interior, dejándome ver una imagen que nunca olvidaré. Decenas de paraguas, todos negros, bailaban al ritmo de la suave melodía romántica que sonaba en el momento, las luces se reflejaban en las gotas que caían, como si callaran en cámara lenta confabuladas con la música, el brillo de plata en los adoquines, nada desentonaba en aquella imagen. No creo que haya director de cine que pueda recrear la imagen, ni el sentir de aquella noche.

Por mucho tiempo pensé que me perdí el ser participante directo de tan majestuosa inspiración, pensando que lo maravilloso del momento estaba en haber sido uno de aquellos que, sujetando a la persona amada debajo de un paraguas negro, bailaba bajo el cielo lluvioso de una noche de París. Hoy puedo apreciar haber sido observador y  darme cuenta, de que nuestros ojos en ocasiones engañan el corazón. Que lo que vi aquella noche me permite hoy apreciar lo que para otros puede ser la simple lluvia que destruye el baile que tanto esperas.

Unas veces seremos observadores y otras participantes, depende de  la posición que las circunstancias te permitan vivir; desde la primera, no pierdas los detalles y disfruta de la maravilla que encierra cada instante de la vida en agradecimiento profundo y desde la segunda, aunque no puedas observar todo lo que te rodea, recuerda que no toda lluvia destruye el sueño que tienes por delante y sin lamento, agarra con fuerza a quien te ama y baila  con la dulzura de quien saborea la melodía que te ha tocado vivir.

Con el tiempo, contemplarás tu historia y verás que hay una mayor de la que has sido parte, y que hoy estás escribiendo, junto a otros, la que disfrutarán mañana. Que en cada instante se funden el ayer, hoy y mañana que vivimos.  Que no hay que  desaprovechesar tu hoy, en el lamento de lo que no fue ayer, desperdiciando la maravilla de lo que puede ser mañana, un hoy diferente. Que la lágrima del pasado puede traer hoy, la sonrisa de un nuevo comenzar. Que no te quiten lo bailado y que mucho menos, te arrebaten lo que has de bailar…

En mi historia, aún me queda volver otro trece de julio al parque de bombas y bailar, ya sea bajo la lluvia o bajo las estrellas… donde se fundan su pensamiento y el mío en la melodía de una vida por vivir y, donde un beso le cerrará la boca, con la alegría que lleva la pureza de un “te amo”.

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