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Las amigas

Ellas son una pieza imprescindible en el puzzle de nuestra vida. Algunas nos acompañan en la infancia, otras en breves o intermitentes espacios de tiempo y otras toda la vida. Pero todas y cada una de ellas, de un modo u otro, forman parte de nosotras.

Las amigas vienen y van. O se quedan. A veces pasan sigilosamente, en ocasiones alborotadamente, como torbellinos, pero siempre nos dejan una huella.

De pequeña tuve mis dos mejores amigas. Juntas pasamos los primeros años de nuestra vida, hasta la adolescencia. Éramos muy diferentes, pero creo que las tres anhelábamos lo mismo: crecer felices. Y lo hicimos disfrutando de nuestra mutua compañía. Descubriendo y aprendiendo juntas. Luego llegó esa etapa de la vida en la que todo cambia a nuestro alrededor (y dentro de nosotras mismas). Empezar el instituto, conocer gente nueva, llevar caminos distintos… Al principio, a pesar de la separación, mantuvimos esa amistad gestada hacía ya tantos años; pero con el paso del tiempo el contacto se fue diluyendo, paulatinamente, hasta desaparecer por completo.

Quizá fue una muerte lenta, pero no dolorosa. Y aunque esa amistad se hubiese esfumado, ellas fueron una parte importante de mi vida y tendrán siempre una parcela en mi corazón.

Hace tres o cuatro años, gracias a las nuevas tecnologías, la utilidad de internet y las redes sociales, conseguimos reencontrarnos. Y digo “conseguimos” porque nos estábamos buscando. Fue una pequeña explosión de felicidad (una nunca deja de pensar eso de “¿qué habrá sido de…”X”…?”). Y he descubierto (muy gratamente, he de decir…) que, después de más de 20 años, se han convertido en unas mujeres maravillosas. Que son buena gente. Que no han cambiado. Y que, a pesar de que ahora nuestra relación se limita a conversaciones esporádicas, todavía podemos reírnos juntas. Y eso es genial.

También hay amigas fugaces. De momentos. Aquellas con las que pudiste compartir fiestas y locuras, pero que luego poco más os ha unido. Pero también forman parte del puzzle.

Las que conoces en la adolescencia y se mantienen aún ahí, a lo largo de los años. Estoy convencida de que si congenias con alguien en plena adolescencia y mantienes esa amistad aún cuando tienes más de 20 años, seguramente se mantenga para siempre y lleguéis a la vejez siendo amigas. Esa amistad pasará por muchas etapas, pero será fuerte y duradera. Alguna así, mantengo todavía y aspiro a que lo sea hasta el fin de nuestros días.

Luego siempre hay alguna amiga especial. La amiga confidente. Esa que está a tu lado cuando ni tú misma te soportas. Que intenta sacar lo mejor de ti cuando estás para que te cojan con pinzas. Con la que ríes y lloras. Con la que hablas y callas. Con la que cantas y bailas. La que te escucha sin juzgarte. A la que le puedes contar la bronca absurda que acabas de tener con tu pareja y llorar en su hombro, para acabar las dos riendo como si la vida fuese una verbena.

También hay amigas virtuales. Yo tengo una. Aunque no deja de sorprenderme. Para mí, hace apenas un par de años, sería impensable. Pero he descubierto que puede ser posible. Que puedes forjar una gran amistad con alguien que no conoces físicamente, pero a quien puedes llegar a contarle cosas que no saben muchas de tus amistades de carne y hueso. Alguien con quien puedes compartir aficiones, sueños, alegrías, penas…

Los tiempos han cambiado y no todas las amistades se hacen en el colegio, en el barrio, en la calle.

Hay tantas clases de amigas…

Y no puedo olvidarme de los amigos. Porque también podemos tener grandes amigos.

Yo, al menos, he tenido la suerte de contar con alguno. Ése con el que no puedes compartir la ropa, pero sí las risas y las penas. Ése que te presta su hombro para llorar, que te ofrece su sonrisa para animarte, que te levanta cuando caes y te acompaña cuando vuelas. Ése que también ocupa una parcela en tu corazón.

L@s que fueron. L@s que son. L@s que serán. Tod@s son imprescindibles.

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