No siempre es fácil reconocer cuándo una relación de amistad, laboral o de pareja nos perjudica. Identificar actitudes dominantes o sumisas es la forma de transformarlas.
Las relaciones interpersonales generan gran satisfacción y crecimiento, pero también pueden ser el lugar propicio para el desarrollo de actitudes y patrones que llevan al sufrimiento y la pérdida del camino personal.
En algunas de estas relaciones las dificultades de cada uno “enganchan” a la perfección con las del otro. Así, con ciertas personas nos encontramos una y otra vez ante los mismos problemas, discusiones y conflictos que, aunque estén disfrazados de una manera distinta cada vez que surgen, siguen siempre por debajo la misma “coreografía”.
Esta “danza” adopta muchas veces la forma de una relación que hiere y que daña. Llamo a este tipo de enredos “sadomasoquismo cotidiano”. Y no me refiero a sádico o masoquista en el sentido de la perversión, sino en el de agrupar aquí a todas aquellas personas que toman roles dominantes frente a otras que se someten. A las que juegan a los opresores y los oprimidos, que soportan vivir inmersas en un juego de manejadores y manipulados.
¿POR QUÉ SEGUIMOS ‘BAILANDO’?
En el sadomasoquismo cotidiano todos los involucrados se ven afectados. Los que dominan parecen sostenerlo por su necesidad de control, pero ¿qué empuja a los que reciben los pisotones durante el baile a tolerar y mantener la situación?¿Les gusta sufrir?¿Están obteniendo lo que quieren? No.
Si nos involucramos en estos juegos, no lo hacemos porque obtengamos satisfacción del dolor, sino porque estamos condicionados por mandatos y prejuicios que aprendimos hace tiempo. Reconocer la coreografía cristalizada de un vínculo es un primer paso para modificar estos patrones. Para esto es necesario identificar el papel que cada uno juega en este baile.
CÓMO ES UNA RELACIÓN DAÑINA
Existen varios tipos de posturas sumisas o dominantes. Es normal reconocerse en más de una, pues más que personalidades rígidas son tendencias que todos albergamos. Lo que suele pasar es que cuando potenciamos uno de estos aspectos atraemos justamente a la figura complementaria. Veamos algunas de las parejas más frecuentes: el perfeccionista cree que nunca hace las cosas bien, y su compañero habitual, el competidor, está de acuerdo y no deja de hacérselo saber.
El complaciente está dispuesto a hacerse cargo del sufrimiento de la víctima y acude presuroso a satisfacer sus demandas. Las promesas vacías del simulador tienen su blanco perfecto en el evasor, que hace todo lo posible por no descubrir la ilusión. El mártir aguanta con estoicismo los maltratos del castigador y encuentra en ellos la justificación de su desdicha, relamiéndose porque ahora sí se reconocerá la injusticia.
RELACIONES SUMISAS
Revisemos primero algunos de los tipos de personalidades “masoquistas”.
1. El perfeccionista. En la relación con su jefe, Óscar se comporta como un perfeccionista. Si escribe un informe piensa siempre en las correcciones que éste podría hacerle. Retoca las frases una y otra vez, lo que le genera una gran ansiedad y le consume mucho tiempo. Por eso termina el informe con prisas y disminuye su rendimiento, por lo que su jefe lo regaña, y vuelta a empezar…
La actitud del perfeccionista se resume en la frase: “Las cosas se hacen bien o no se hacen”. Jamás está conforme consigo mismo y aplica al otro la misma exigencia. Le resulta difícil confiar en él, teme revelarle sus puntos vulnerables y reacciona poniéndose a la defensiva frente a las críticas o las sugerencias. Todo esto oculta una gran inseguridad y el temor a ser rechazado. Es presa de la creencia de que las cosas son todo o nada, y al menor error se siente inútil.
2. El complaciente. Para el complaciente, el afecto se obtiene a través de la aprobación. Vive preocupado por satisfacer a los demás: es atento, obediente y se disculpa con frecuencia. Se siente obligado a ponerse al servicio de los demás. Coloca las necesidades del otro siempre por encima de las suyas, a las que renuncia.
Esto lo lleva a un silencioso resentimiento. Para los complacientes, inseguros de su propio valor, ser queridos por los demás es lo más importante. Desconectados de sus deseos, se sienten perdidos y sin derecho a defender su felicidad.
Carmen es un claro ejemplo de personalidad complaciente. Su amiga Julia, aunque todavía le debía dinero, le pidió un nuevo préstamo. Carmen se sentía rabiosa, quería gritarle: “¿Crees que soy el Banco de España?”. Pero le dejó el dinero diciendo: “Ya me lo devolverás cuando puedas”, porque pensó que así actúa una buena amiga. Cuando se fue de la casa de Julia se sentía resentida.
3. El mártir. Lucía cogió un segundo trabajo para poder apuntar a sus dos hijos a un campamento. Al poco tiempo comenzó a quejarse del agotamiento y los dolores que le generaba. Sus hijos le sugirieron que lo dejara, que el campamento no era tan importante, que estaban hartos de sus quejas. Lucía se indignó y les acusó de no apreciar los esfuerzos que ella hacía “por su bien”. Así que siguió trabajando (y quejándose).
El mártir se siente víctima de los demás y de los acontecimientos. Se queja de su padecimiento y le echa la culpa al otro o al mundo. Su frase sería: “Me tratan con injusticia”. Cree siempre que tiene razón, colecciona agravios llevando una cuenta de ofensas recibidas que siempre tiene a mano. No sabe pedir, exige que el otro sepa lo que necesita. Los mártires se sienten indignos de ser amados y se desprecian a sí mismos. Esto les provoca un intenso dolor que se mezcla con el resentimiento. La posición de víctimas les otorga una especie de victoria moral. Si no pueden obtener lo que desean por lo menos pueden lograr tener razón, y esperar que algún día por fin se haga justicia.
4. El evasor. Hugo inició una relación. Aunque se sentía confuso respecto a sus sentimientos, se fue a vivir con Carla. Ella quería casarse, a lo que Hugo respondía una y otra vez que necesitaba “tiempo para pensarlo”, hasta que Carla dejó de insistir y comenzó a alejarse. Él la excusó aduciendo carga de trabajo. Cuando le dijo que estaba con otro, Hugo se sorprendió. Luego le venció el malestar que había ocultado tantos meses.
La frase emblemática del evasor sería: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pues hace todo lo posible para no ver lo que sucede. Cree que las cosas se solucionarán si uno les deja seguir su curso. Le cuesta involucrarse en sus relaciones con auténtica intimidad y manifestar sus emociones. En realidad se siente vulnerable y niega sus sentimientos, con lo que acaba por no saber qué desea y por sentirse solo y aislado.
RELACIONES DOMINANTES
Pasemos ahora al otro lado de la pista, con los que marcan los pasos. Todos tienen en común la intención de manipular para que otros hagan lo que desean y no vérselas con sus miedos o inseguridades más profundos. Pero varía la forma en que lo hacen.
1. El castigador. El castigador mantiene el dominio con amenazas e intimidaciones. Sabe muy bien cómo localizar los puntos débiles de alguien y los utiliza para someterle. Amenaza con lo que sabe que el otro teme y lo sitúa ante la difícil situación de someterse o asumir las consecuencias. Aunque en muchos casos no cumpla sus amenazas, el terror que inspira genera una angustia que puede convertirse en odio.
2. La víctima. Desde que se ha casado su único hijo, Juana se siente un tanto sola y perdida. Cuando la visita semanalmente, ella lo recibe con lágrimas en los ojos reprochándole que no lo haga más seguido.
La víctima mantiene el dominio apuntando no al miedo, como el castigador, sino a la culpa. Lo hace diciendo directa o indirectamente lo que el otro sufrirá si no hace lo que él desea. “No discutas conmigo o me enfermaré”, “Si no me acompañas, no iré”, podrían ser amenazas de una víctima. Otra manipulación más sutil es sugerir que su desdicha pasará cuando el otro haga lo que él desea. No amenaza con hacerse daño sino que deja claro que su dolor es “por tu culpa”. Esto lleva al otro a ceder a la demanda encubierta, y a llenarse de resentimiento.
3. El competidor. Adriana y Martín son una joven pareja. Después de que ella recibiera un aumento de sueldo, Martín comenzó, por un lado, a hacer horas extras y, por otro, a sugerirle que pasase más tiempo en casa. El mensaje del competidor para someter al otro es: “no sirves”. El competidor busca siempre ser más que el otro. Una manera de hacerlo es competir directamente, tener más éxitos, empujarse a sí mismo hacia arriba. Otra más cruel es intentar rebajar al otro, por medio de la crítica constante o la anulación, el desprecio y el desdén por sus logros. Todas estas formas se nutren de la inseguridad del otro y la incrementan.
4. El simulador. El simulador no amenaza ni rebaja, sino que promete. Hace grandes declaraciones de amor o pinta tentadoras perspectivas de futuro. Pone sólo una condición: que se haga lo que desea. Esto puede no ser dicho directamente, si no sugerido en actitudes y comentarios hechos al pasar. Dado que nos ofrece lo que queremos el simulador puede ser un gran seductor. Se alimenta del deseo de que las cosas sean como a uno le gustaría, de nuestra tendencia a no ver lo que no queremos ver.
CÓMO ROMPER EL CÍRCULO
El primer paso para romper el círculo consiste en no apresurarse a tomar decisiones: ninguna de estas relaciones se resuelve en un impulso, y de hacerlo sólo dejan lugar para continuar el mismo juego con un nuevo compañero. Hay que tomarse tiempo para pensar y considerar la situación. ¿Puedes reconocer en ti o en los otros algunos de los “tipos” que repasamos antes?
No hace falta enfurecerse, es importante saber que para unos y otros es una manera de protegerse de emociones que sienten que no pueden controlar, que los vuelven frágiles. Muchas veces detrás de reproches o demandas hay otra necesidad no expresada. Descubrir la que hay detrás de las dificultades de una relación y comunicarla más abiertamente puede cancelar la necesidad de manipular al otro para conseguirla.
Si sientes que estás siendo manipulado, trata de escuchar más allá de las palabras:
¿Qué es lo que el otro está pidiendo de verdad? ¿Qué es lo que quiere? ¿Puedes dárselo? En ocasiones, respondiendo a eso y atendiendo los sentimientos que hay tras la actitud del otro, las otras demandas cesan.
A veces el otro no está dispuesto a mostrar sus sentimientos ni a pedir directamente. En ese caso quizá no haya más remedio que defenderse estableciendo límites a lo que podemos tolerar. Si el vínculo continúa siendo dañino, hay que valorar la posibilidad de retirarse definitivamente. Si por temor a romper una relación continuamos un juego en el que no podemos sino perder y nos traicionamos a nosotros mismos, conseguiremos hacer de nuestra vida aquello que hemos tratado de evitar. Atravesar nuestros miedos es la única salida del encierro.
LAS 8 ACTITUDES EN LA RELACIÓN
A veces nos involucramos en el juego de una relación dañina no porque obtengamos placer del dolor, sino porque estamos influenciados por actitudes y creencias que aprendimos en la infancia. Por eso, si sientes que una relación te daña o que eres tú el que estás lastimando a alguien, quizás es el momento de cambiar de actitud o de revisar ciertas creencias. En referencia a algunos de los roles que podemos adoptar en una relación, te presentamos una serie de sugerencias.
1. El perfeccionista
En primer lugar, admite que buscar “el máximo” no mejora tu rendimiento sino que más bien tiende a empeorarlo. Aprende a romper el fuerte vínculo que existe entre tu autoestima y el rendimiento o la utilidad. Acepta que las cosas son como son, y no como te gustaría que fueran.
2. El complaciente
Para empezar, revisa tu necesidad de “ser bueno” y gustar siempre a los demás porque esto no siempre lleva a la felicidad personal. Reconoce tu propia capacidad de valorarte (para bien o para mal) sin depender constantemente del juicio de los otros. Date el derecho de tener tus propias necesidades, preferencias y deseos, y manifestarlos.
Para empezar, revisa tu necesidad de “ser bueno” y gustar siempre a los demás porque esto no siempre lleva a la felicidad personal. Reconoce tu propia capacidad de valorarte (para bien o para mal) sin depender constantemente del juicio de los otros. Date el derecho de tener tus propias necesidades, preferencias y deseos, y manifestarlos.
3. El mártir
No te abandones a la desdicha. Deja de quejarte tanto. Reconoce que el sufrimiento no procura satisfacción. Perdónate por las ofensas pasadas que has sufrido o has recibido (en algún lugar todavía sientes que la culpa fue tuya; por eso, perdónate).
4. El evasor
Despierta y abre los ojos. Piensa que aunque algunas cosas no son bonitas, si las ignoramos o intentamos evitarlas no desaparecerán. No tengas miedo a expresar tus emociones. Tú no puedes decidir qué sientes pero sí qué hacer respecto a ello.
5. El castigador
Atrévete a ponerte en lugar del otro. ¿Te gustaría que te tratase así? También es importante que evalúes el uso que haces del poder en tus relaciones. Acepta que los demás no están allí para satisfacerte.
6. La víctima
Descubre tus verdaderos sentimientos y cuál es la intención que se oculta tras tu actitud. En lugar de manipular a los demás para conseguir lo que deseas, aprende a pedir lo que quieres con franqueza. También es esencial aceptar que en algunas ocasiones el otro puede decir “no”, sin que su negativa signifique un acto de rechazo o de desamor.
7. El competidor
Acepta que tener más méritos no otorga más poder ni una vida más satisfactoria. Toma conciencia de que el poder o el éxito no garantizan la felicidad. Aprende a reemplazar el competir por el compartir.
8. El simulador
El primer paso para romper el bucle del simulador consiste en abandonar las falsas promesas. Por otro lado debes aceptar que el otro puede desear algo distinto a lo que tú deseas. Plantéate qué ocurre cuando logras la aprobación del otro jugando a uno de tus personajes, ¿a quién están aprobando?
Válido para todos
Desde niños nos han enseñado que, si no actuamos “como se debe”, seremos culpables del sufrimiento de los demás, y la culpa es uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar. Pero estos mandatos son poderosos sólo cuando actúan sin que nos demos cuenta. Podemos revisarlos y así amoldar nuestras
creencias a nuestras acciones. Recuerda que los conflictos existen en todas las relaciones humanas. Por eso, tener una relación saludable no implica eliminarlos todos, sino dejar de responder a ellos de forma estereotipada.
Para saber más
Relaciones tóxicas (Ed. Paidós), de Lilian Glass, y El arte de las relaciones personales (Ed. Alba), de Miguel Silveira, nos ofrecen algunas técnicas y estrategias para reconocer y equilibrar aquellos vínculos que nos dañan.