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Solo soñando podemos despertar

Solo soñando podemos despertar | Woman·s Soul

No soy tan ingenua como para pensar que basta con pedir un deseo para que este se haga realidad. Ya no creo en las hadas; no en esas que volaban alrededor nuestra con su varita mágica. Ahora creo en las de carne y hueso, las que me apoyan, las que me ayudan, las que hacen de mis logros los suyos y de mis fracasos, la oportunidad de tenderme una mano para levantarme y seguir, las mujeres que como yo cayeron, fracasaron, se sacudieron la derrota y siguieron adelante hasta la victoria, siempre, por ellas y por las demás…

He formulado cientos de deseos a lo largo de mi vida. Algunos de ellos, claramente contradictorios con los anteriores.  Si hoy tuviera que hacer balance, el saldo de sueños cumplidos sería claramente deudor: la mayoría no se llegaron a materializar. La mayoría, pero no los que quise de verdad, aquellos en los que puse todo mi empeño, los que ocuparon cada neurona de mi cerebro y cada latido de mi corazón, aquellos en cuya dirección me moví con la firme creencia de que eran para mí.

Una amiga me dijo una vez que tenía de mí la imagen de una mujer que siempre conseguía lo que quería. Por no desilusionarla, me abstuve de contarle todas las frustraciones que arrastraba en años de ser una mujer eternamente anhelante. Aunque, a decir verdad, no se lo dije porque se me habían olvidado ya. Para ser feliz hay que ser desmemoriado, decía La Menuíta, el entrañable personaje de ‘Viaje al centro de mis mujeres’.

En otra ocasión, un amigo me envió un paquete con un puñadito de arena de la costa de Mar del Plata con el siguiente mensaje: ‘puede que en la vida no consigas todo lo que deseas, pero seguro que consigues todo lo que hará de ti la persona que quieres llegar a ser’.

Visto con distancia, ambos tenían razón.

A lo largo de estos casi cincuenta años que cargo en los huesos, y en el corazón, cada vez más dilatado a fuerza de contener afectos, he aprendido una cosa,- a machetazos, a desilusiones, a dentellada limpia en ese lugar inconcreto donde habita la fe-, algo que espero no olvidar cuando ya lo haya olvidado todo: los sueños están para luchar por ellos. Y no tanto para cumplirlos como para hacer todo lo posible por conseguirlos mientras disfrutamos del camino. La simple decisión de echar a andar en dirección a ellos, es ya un acto de amor. De amor hacia nosotras mismas, de lealtad hacia lo que somos. Porque mientras perseguimos un sueño el alma bulle de contento y todo resulta mágico y poderoso.

Para quién no sabe dónde va, ningún viento es favorable, leí una vez. Es tan cierto… Tanto como lo contrario. Porque cuando tenemos clara la dirección de nuestros sueños todo conspira a nuestro favor, a pesar de que, en demasiadas ocasiones, nosotras mismas nos puenteemos para malograr el éxito. ¡Aún pesan tanto las creencias de desmerecimiento que nos inculcaron desde pequeñas!

Pero, por paradójico que parezca, lo de menos es si el sueño se cumple o no. Lo que importa es que, con la práctica, el músculo de soñar se va fortaleciendo tanto que llegas a cogerle gusto a ejercitarlo en sesiones maratonianas de imposibles. Y gracias a eso, sorprendentemente, poco importa si al final tienes que reconocer que tampoco ese sueño pudo ser. Digerida la frustración de la derrota, al punto, en el horizonte comienza a brillar otro sueño y… ¿quién sabe si este sí se hará realidad?

A estas alturas de mi vida, me he convertido en toda una atleta de soñar. Estoy convencida que solo así se puede vivir despierta de verdad. Somos tan poderosas…

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