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Un pedacito de cielo

Tú, abuela, has sido lo que tantos hubieran deseado tener a su lado: un cuidador con la experiencia de una vida en sus abrazos

Le he robado un pedacito al cielo para ponerle tu nombre. Concretamente, un fragmento de nube a la que poder subirme para volver a verte, para arrancarte un abrazo de aquellos en los que se me deshacía la sonrisa de tanta ternura. Le he robado un pedacito al cielo y al ángel que lleva tu nombre, para que cada vez despliegue las alas me recuerde quién me enseñó a volar.

Porque desde que me faltas, desde que los retales de mi corazón te los llevaste contigo, echo de menos cómo palpitaba mi sonrisa cuando mis carcajadas se confundían con las tuyas. Porque era justo ahí, entre nuestras comisuras, donde siempre reservábamos un espacio secreto para guardarnos aquel último beso.

El que nunca llegaba.

Y es que en nuestra larga lista de asuntos pendientes siempre estaba la de que cualquier cosa que sucediera entre ambas fuera la última vez. Porque no la contemplábamos. Tú, abuela, con esas ganas tuyas de demostrarme que la vida era mucho más cuanto menos esperabas de ella, te conformabas con aquel café a media tarde que te devolvía la vida a cada sorbo que le dabas.

Y a día de hoy, me encuentro sin ti.

Sin una parte fundamental de mi rutina, de mi historia y de mis raíces. Sin aquella pieza del puzzle que me permitía darle sentido a mi contexto y sin aquel atisbo de la alegría con la que me bailaba el corazón a las seis de la tarde cuando anunciabas tu llegada gritando mi nombre. Me encuentro sin ti y, por descontado, sin aquella parte de mí que se crió contigo.

Sin embargo, me quedo con algo.

Me quedo con los recuerdos de una de las mejores suertes de mi infancia.

La de haberte conocido.

Y es que tú, abuela, has sido lo que tantos hubieran deseado tener a su lado: un cuidador con la experiencia de una vida en sus abrazos, con el cariño de una abuela en sus ojos y con el anhelo de que se cumplieran todos los sueños de sus nietos en el alma. Porque este tipo de amor, me he dado cuenta, es de aquellos de antaño

Incondicional.

Por eso, yaya, te confieso una cosa. Que yo, que tan poco creía en los rituales, te busco cada día al despertarme en ese cielo al que, al llegar, le habrás quitado todo el protagonismo. Y te imagino tarareando aquellas canciones de Machín que tan bien te sabías y bailando como quien sabe que siempre se le ha dado bien. Te imagino sonriéndonos desde arriba y, cuando llueve, ya no me molesta mojarme. Porque me imagino que con cada gota de lluvia me estoy empapando de aquellas lágrimas que solías llorar de alegría cada vez que me veías y que, emocionada, me decías:

-No sabes cuánto te quiero.

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