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Viviana López Doynel, una entusiasta directora artística experta en crisis

El teatro me hace sentir que hay coherencia en mi vida a pesar de los tropiezos, las carencias y los esfuerzos que realizo.

Un correo electrónico anunciando cómo la sala El Umbral de Primavera de Madrid se va a desescalar y adaptarse a la nueva normalidad facilita la entrevista con Viviana López Doynel, su directora artística. Una actriz con una larga historia profesional y personal marcadas por las crisis políticas y económicas de Argentina y de España, que regenta esta pequeña gran sala del barrio de Lavapiés. Sala que es referente del off de Madrid y en el que suelen recalar profesionales argentinos como Fernanda Orazi, Hernán Gené, Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti, Pablo Messiez y muchos de los jóvenes profesionales y grupos españoles que están marcando tendencia como Colectivo Fango o Carlos Tuñón.

Antonio Hernández (AH) Usted ha vivido muchas crisis ¿qué diferencias ve entre aquellas crisis y la provocada por la pandemia de coronavirus?

Viviana López Doynel (VLD) – La diferencia es lo que las produce. La diferencia que hay entre algo inducido, como puede ser un proyecto económico, y un virus que puede afectar por igual a todo el mundo.

Por supuesto, hay lugares, como Latinoamérica, en el que la gente está más desprotegida. Una parte de la población ni siquiera tiene agua para lavarse las manos y si enferman, no tienen a donde ir.

Las colas delante de los comedores sociales son algo común a todas las crisis. Sin embargo, en esta hay gente en las colas que nunca pensó que podrían estar en las mismas. Hay mucha incertidumbre.

De las anteriores, me acuerdo de la del 2001 en Argentina. Tuve una sensación muy física. Sentí mucho miedo, pero no se podía localizar la fuente de ese miedo.

El presidente tuvo que salir de la Casa Rosada en helicóptero porque la gente se agolpaba en los alrededores. Esta misma gente asaltó las tiendas porque no aguantaban más, estaban hartos. Había un sector de la población absolutamente marginada.

En aquel momento se le podía poner cara a los políticos que habían vendido al país endeudándolo con el Fondo Monetario Internacional, pero había el sentimiento de que algo se había quebrado. De que no había salida. Algo parecido a lo que tal vez se sienta en Chile en este momento.

La diferencia de aquella crisis con la de la pandemia es que esta es mundial, nos afecta a todos y evidencia las miserias humanas más que nunca. Mucho más que una crisis económica.

AH – ¿Qué puede hacer el teatro en estas situaciones? ¿Para qué puede servir?

VLD – Una cosa es que me sirva a mí y otra que le sirva al mundo. Creo que el teatro sirve para mostrar que algo tiene sentido, como, por ejemplo, la cultura.

A mí es lo que me hace levantarme todas las mañanas. Ofrecer una idea de lo que es transitar por este mundo que nos ha tocado vivir.

Gracias al teatro, en la pandemia me ha llamado gente ofreciéndome ayuda. Gente que ha arrimado el hombro, aunque solo haya sido de forma afectiva o por afinidad. Lo que me bajó la ansiedad. Me permitió tomarme el tiempo de confinamiento con tranquilidad.

Además, el cariño que me ha mostrado la gente me ha hecho sentir que no estoy sola.

AH – Usted se dedica al teatro desde los 17 años ¿siempre lo tuvo claro?

VLD – Sí. Fue un descubrimiento. Tenía una amiga, que es la hermana de Hernán Gené, su madre era actriz y su padre era actor, dramaturgo y director de teatro. Ellos me despertaron una curiosidad enorme.

En aquella época, como buena adolescente, odiaba todo lo que tenía que ver con el instituto. Pensaba que la vida no podía ser eso. Así que empecé a estudiar teatro por las noches. Mi madre pasaba mucho miedo. Era la época de la dictadura militar en Argentina y mi padre y mi hermano se habían venido a Madrid por ese motivo.

El teatro me abrió un mundo. Era la pequeña de ese mundo en el que conocía a gente que le pasaban cosas. Estudiaba con Lito Cruz en una escuela en la Calle Corrientes y me movía en un ambiente muy bohemio. Fue una manera de empezar a soñar y a abrirme al mundo.

AH –¿Qué se encontró al llegar a Madrid?

VLD – En 1978 había terminado el bachillerato y mi hermano el mayor me invitó a hacer un viaje de tres meses por Europa. Me hacía mucha ilusión. El hermano que vivía con mi padre en Madrid había sido detenido. Gracias a una amnistía pudo salir con la condición de que tenía que dejar el país y no podía volver a entrar. Perdía el pasaporte argentino.

Fue un viaje lindo. Visitamos a otra parte de la familia que estaba asilada políticamente en Inglaterra. Quedé fascinada con el lugar. Era como mirar un cuento lleno de bosques y señoras con sombreros.

Cuando volví a Argentina, me pasé todo un año pensando en cómo volver para quedarme a vivir en España. Barcelona me había fascinado. Madrid tenía más aspecto de pueblo, aunque no dejaba de tener su encanto.

Ese año me lo pasé estudiando teatro y trabajando en un bar. Haciendo todo lo que no debía hacer. Mi madre estaba muerta de miedo por la situación política, las listas y las desapariciones. Así que también me animaba a venirme a España. Recuerdo que en la escuela en la que estudiaba en Buenos Aires, que es donde se encuentra el actual Teatro Picadero, más tarde pusieron una bomba.

AH- En Madrid no cambio de opinión y siguió estudiando teatro

VLD – Sí. Yo venía con un proyecto muy concreto. En esto me enteré que Ricardo Iniesta, fundador y actual director artístico de la Compañía Atalaya TNT en Sevilla, y Mauricio Celedón, actual director de la compañía Teatro del Silencio en París, estaban buscando gente para montar un espectáculo de calle. Me presenté y me cogieron.

Fue mágico, viajamos por toda Andalucía. Éramos muy avanzados. En aquellos tiempos ya hablábamos de la contaminación. Luego, al año siguiente, hicimos otro espectáculo sobre Perseo.

Además, conocí el Odin Theater y empezaron a pasar muchas más cosas. El trabajo empezó a ser mucho más físico. A mi vida se incorporó la danza con Antonio Llopis.

AH – Llegas cuando comienza la movida madrileña ¿cómo fue?

VLD – Eso fue brutal. Era absolutamente contagioso. Electrizante. Me acuerdo de que hicimos un pasacalle para uno de los primeros carnavales que se hicieron en Madrid. La gente nos seguía exaltada. Había mucha euforia, con muchas ganas de gritar y de libertad. Yo, que venía de una dictadura militar, entendía perfectamente esa necesidad. Era contagiosa.

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AH – ¿Siguió haciendo teatro de calle?

VLD – No. Me fui a París a la escuela de Étienne Decroux. Cuando volví a Madrid retomé las clases con Llopis. Fue cuando me dijo si quería participar en un Fausto de Goethe adaptado que se acabó programando en el Teatro Olympia [donde ahora se encuentra el Teatro Valle Inclán en Madrid, una de las sedes del Centro Dramático Nacional].

Fue en ese momento cuando decido quedarme en su compañía Teatro de la Danza, hasta 1994.

AH –¿Qué pasó?

VLD – Por un lado, me quedé embarazada y, por otro, habían pasado 15 años de trabajo muy duros. Era una compañía independiente, con un pequeño equipo y siempre en precario.

El embarazo supuso una pausa. Sentía que necesitaba un cambio tanto en lo profesional como en lo personal. Echaba en falta a mi madre. Mi padre estaba viviendo en Brasil. Mi hermana, a la que dejé muy chica, ya era una mujer. Necesitaba rencontrarme con mi familia y recuperar un tiempo.

El exilio no es fácil. En ese tiempo solo había podido viajar a Argentina 2 o 3 veces. Y el acceso por teléfono era difícil y caro.

Mi hijo nació en España. Y usé el tiempo del embarazo y el permiso de maternidad para pensármelo. Y aunque tenía trabajo, me habían ofrecido trabajar en el nuevo montaje del Teatro de la Danza, me fui. Fue una decisión difícil.

AH –¿No estaba bien Argentina en ese momento?

VLD – Económicamente, no. Pero no pensaba en eso. Más bien me preguntaba cómo iba ser mi vida profesional, qué iba a hacer, cómo me iba a integrar.

AH – ¿Cómo encontró respuesta a estas preguntas?

VLD – Pues muy valientemente. De repente me di cuenta de que tenía que generar yo las cosas. Por ejemplo, hice docencia porque me veía con capacidad de transmitir conocimientos y experiencias. A partir de ahí me encontré con gente y comenzaron a pasar cosas.

Cuando llegué a Argentina el ambiente era muy rico, un sitio para ver mucho, para aprender. Conocí a maestros estupendos que alimentaban mi propio trabajo.

Me refiero a personas que ahora son referentes del teatro argentino como Veronese, Spregelburg, Daulte, Federico León, entre otros. Me proporcionaron la energía y las ganas de experimentar partiendo de lo que yo ya conocía.

Monté Historia de un soldado de Stravinsky que ya había hecho en Madrid, en el Centro Dramático Nacional, con el Teatro de la Danza. Todo el mundo venía a colaborar. No sé cómo lo hacía, pero los convencía. Estrenamos en el Centro Cultural San Martín que entonces llevaba Roberto Castro.

Hicimos una pequeña gira y sesiones para chicos de bachillerato. Fue todo muy difícil porque lo organizaba yo sola y tenía que compaginarlo con la maternidad y con un trabajo con el que ganar dinero para comer.

Después hice La voz humana de Cocteau. Iba a hacer solo la versión teatral, pero a través de mi hermana, que es clarinetista, contacté con un director de una orquesta de música contemporánea. Fue él quien me informó que existía una versión operística para mezzosoprano.

Fue un proyecto muy largo que al final se estrenó en la Alliance Française argentina, coincidiendo con los 100 años del nacimiento de Poulenc. La verdad es que les rompimos los esquemas porque no pensaban que pudiera hacer lo que presentamos. Mezclamos teatro con danza, escenografía y música en directo. Aprendí muchísimo a nivel musical. Me permitió entender como se había escrito la música.

La idea era girar por las alliances argentinas. Pero como llegó la crisis económica y tuvimos dificultad para conseguir financiación, no pudimos hacerlo.

AH – Cuando comenzó la crisis, volvió a Madrid ¿Qué se trajo y qué se dejó?

VLD – Fue una sensación extraña. Supuso mucho dolor, no como la primera vez. Dejaba atrás un país echo mierda. Y dejé a mis familiares. Tuve que vender la casa, la primera que había comprado. Fue muy duro, había hecho un camino y pensaba que ese iba a ser muy lugar.

Habían pasado 8 años y afronté el cambio con mucho miedo. Cuando eres joven no eres consciente y piensas que puedes comerte el mundo. Además, me venía con un hijo.

Pero ahora, visto con distancia, creo que la vida siempre me está dando oportunidades. Es verdad que con una vida muy precaria con lo que tenía poco a lo que aferrarme.

En Argentina daba clases a grupos de entrenamiento actoral de adultos aficionados. Gente de 45 o 50 años que no tenían como objetivo el ser profesionales del teatro, a los que mis clases les servía de escape. Por este motivo, cuando se produjo el corralito, empecé a becarlos. Dejé de cobrar las clases. Las historias eran muy dolorosas. Por ejemplo, familias que se rompían porque los hijos tenían que emigrar, personas que habían perdido sus negocios o sus casas. Como está pasando ahora en sus casas.

Llegué a España muy vulnerable y asustada. Con la sensación de que uno no tenía las riendas de su vida.

AH – ¿Cómo la recibió Madrid?

VLD – A nivel profesional sentí que yo venía de una situación muy energizante y que aquí se me quedaba todo pequeño. De hecho, abrí LavArteBar, un bar cultural, fue porque me sentía ajena, ya que no había ganas de experimentar. Había un abismo entre lo que había conocido en Buenos Aires y lo que veía en Madrid. Me parecía un ambiente poco interesante, poco estimulante, anquilosado.

Pero tuve buenas experiencias. Por ejemplo, pude hacer; a través de Llopis, las coreografías para La celosa de sí misma de Tirso de Molina. Obra que dirigía Luis Olmos. En esta obra me encontré con un antiguo alumno de Teatro de la Danza. Era el compositor. Fue precioso trabajar con él. Compartía conmigo cómo iba a ser la música que estaba creando para la obra.

AH – ¿Por qué encontró esas diferencias?

VLD – Lo de Buenos Aires era impresionante por la cantidad de salas que comenzaron a surgir. La gente no paraba de hacer cosas. A mí me generaba la necesidad de crear, de hacer, de experimentar. Algo parecido a lo que pasó en los 80 en España con la movida.

Aquí los teatros independientes eran muy concretos. Pasaban cosas, pero no tantas. Y el teatro institucional tenía una orientación también muy concreta. De 2003 me acuerdo de Animalario, Pilar López en la Sala Triángulo o de Chevi Muraday en la Mirador.

Me desencanté mucho y decidí hacer un proyecto cultural. Dejé la pedagogía porque no me ilusionaba. También murió Llopis de forma trágica. Por eso me dije que tenía que parar y me volví a preguntar qué hacer, parecido a cuando me fui a Buenos Aires.

Me sentía como pez fuera del agua en el ambiente teatral. Pero cómo tenía que comer, tuve que emprender. Me metí un curso para aprender montar un proyecto de carácter empresarial. Y terminé de nuevo en el Barrio de Lavapiés. Fue duro, pero la idea fue genial y el proyecto fue un éxito. Sobre todo, porque tenía una buena agenda de contactos.

AH – ¿Qué se hacía en el LavArte Bar?

VLD – Se hacían entrenamientos, talleres, performances, danza bhuto, teatro, música y exposiciones. Llegué a gestionar una agenda muy grande de artistas.

AH – ¿Por qué cerró?

VLD – La gente venía al bar porque era el más bonito de Lavapiés. Además, se comía rico. Por eso se juntaban allí para hablar de proyectos. El bar estaba bien, pero al barrio se le abandonó para poder hacer especulación inmobiliaria. Se convirtió en un lugar de tráfico de drogas y de luchas entre bandas. Se generó una situación muy tensa que hizo que la gente dejará de ir a Lavapiés.

El entorno me preocupaba por las personas que trabajaban en el bar. Por ejemplo, siempre se quedaban dos personas para cerrar. Por lo que decidí, junto con una socia, cambiarme de lugar. Nos fuimos a la Latina.

Era un lugar más tranquilo, pero en 2010 sentimos las oleadas de la crisis que nos agarró muy fuerte en 2011. Y entre 2012 y 2013 tuvimos que cerrar.

AH – Pero usted ya había pasado otra crisis económica

VLD – Sí, pero esta me pillo de forma distinta. Mientras que en el corralito me dio miedo, en esta sentía rabia.

En 2010, viendo la situación, empecé a pensar en lo que podría hacer con la experiencia y los contactos que había conseguido a través del bar cultural. Además, de cómo cancelar las deudas en las que había incurrido para abrirlo.

Verónica Doynel, la persona que me ayudaba con la comunicación, me dijo que en Buenos Aires hacía unos cafés teatrales y que a ella le gustaría hacerlos en Madrid. A partir de ahí empezamos a fantasear con un espacio.

Estuve buscando hasta que vi la sala TIS. No se encontraba en muy buenas condiciones, pero me gustaba el espacio. Mi hermano, al verlo, me dijo que no lo dudase. Aunque sabía que iba a perder dinero, pensé que no me importaba perderlo haciendo lo que me gustaba.

Por otro lado, a través de los cafés teatrales había conocido a un grupo de profesionales que estaban haciendo cosas muy interesantes, Como Pablo Messiez, Paco Bezerra o Claudio Tolcachir. Gente joven y con ganas. Lo que me hizo pensar que era en buen un momento teatral para abrir un espacio.

Desde el primer momento sentí que el Umbral sería un espacio de resistencia. Es parte de su identidad. Es verdad que nosotros abrimos con La realidad de Denise Despeyroux y que a Fernanda Orazi ya la conocía porque había dado cursos en el bar y había estado en los cafés teatrales.

A lo que se añadió la colaboración de Verónica llevando la comunicación y otras cosas que sucedieron después. Como que José Pedro Carrión quisiera montar su vivero cultural en la sala y que hiciera un montaje en ella. O que Jesús Cracio estrenase su montaje sobre Sylvia Plath en el Umbral.

AH – ¿Cómo se consiguió que todos estos profesionales quisieran estar en el Umbral? ¿Que pensaran que era el lugar en el que había que estar? ¿Y que sigan pensando que hay que estar en el Umbral?

VLD – Creo que porque estábamos con muchas ganas. El espacio lo pusimos a punto en dos meses. No tardamos nada. Tenía un minipresupuesto que se fue a la mierda porque quitamos el escenario de la sala de exhibición y pusimos un pequeño bar en el ambigú.

Por otro lado, tuve que aprender a hacer lo que yo antes hacía del otro lado. Tuve que aprender a acompañar a los artistas, por ejemplo. Pretendíamos ser una sala de teatro, y eso pesaba mucho. Lo mejor es que tuvimos ayuda de mucha gente.

Pensando en tu pregunta, se me ocurre que tal vez consigamos que vengan al Umbral porque encuentran libertad para trabajar y porque funciona como una casa. Como decimos en la página Web, somos una isla y tenemos una sensibilidad con los trabajos que nos llegan. Tenemos la capacidad de entender al otro, su esencia, su sentir, su palpitar, su necesidad de libertad y experimentar. Se le trata bien, se les cuida.

AH – ¿A dónde mira ahora?

VLD – No puedo pensar a muy largo plazo con la pandemia. Somos una sala que abrió hace 6 primaveras. Un aniversario que este año no hemos podido celebrar. Me gustaría consolidar el proyecto de entrenamiento para actores llamado Pensar con el cuerpo haciendo una producción con el alumnado de 2019-20. Es un proyecto que estamos organizamos junto con Xavier Ariza desde 2018 en el que participan gente como Raúl Marcos, Jesús Barranco o Jorge Sánchez de la Cantera.

También que venga Tolcachir, que Hernán Gené estrene su último proyecto sobre Shakespeare. Y recuperar el ciclo de tetro argentino que íbamos hacer y que programaremos en enero y febrero de 2021.

AH – ¿Qué es Israel Giraldo para usted en este proyecto?

VLD – Israel fue alumno mío la escuela La Base. Cuando abrí el LavArte Bar en Lavapiés me pidió trabajar como camarero. Allí comenzó un vínculo que ha ido y venido en función de nuestras propias carreras profesionales y situaciones personales.

Cuando quise abrir el Umbral yo le dije que quería que estuviera aquí. El me respondió que en ese momento no podía. Pero dos años más tarde se incorporó como asistente al laboratorio que impulsó Xavier Ariza sobre Ricardo III en 2015. Entonces vino y se quedó, Ahora es uno más como Verónica o como yo, se ha hecho su espacio.

AH – Después de haber pasado tantas crisis, ¿qué ha aprendido? Y ¿de dónde le viene el entusiasmo que todavía mantiene?

VLD – Tengo necesidad de encontrar mucho sentido a la vida. De transcenderla. El teatro me hace sentir que hay coherencia en mi vida a pesar de los tropiezos, las carencias y los esfuerzos que realizo.

Hace dos años tuve a Eugenio Barba [director de Odin Teatre] dando un curso. La magia hizo que se le unieran por sorpresa Ricardo Iniesta y Mauricio Celedón. Las tres personas que me habían proporcionado un camino en mi vida se juntaron en el Umbral. Esa reunión no la podré olvidar.

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