“Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo”
Federico García Lorca
Quiero gritar y no me sale la voz; quiero derribar los muros y no tengo fuerzas; quiero coser las heridas y no encuentro los hilos; quiero calmar los pensamientos y no apaciguo el ruido; quiero sanar el amor propio, y no recompongo los pedazos.
Pequeña mía, acuérdate de liberar las palabras del alma, aquellas que fueron mutiladas con la cruel arma de la indiferencia, y las que estaban camufladas con la máscara de lo sutil, lo soterrado, las dobles intenciones y el egoísmo interesado. Abraza tus emociones con toda la compasión y el cariño que merecen. Acúnalas como al bebé que ha nacido de ti y quiere que le calmes su llanto. A él le entregas todo tu amor. ¿Por qué a ti no?
¿En qué parte de tu cuerpo se han refugiado? ¿En el calor de tu pecho? ¿En el temblor de tus manos? ¿En el caos de tu mente? ¿En las lágrimas de tus ojos? ¿En el vacío de tu estómago? Suéltalas como los globos que se escapan de las manos de los niños y llenan de colores un cielo nublado. Nadie sabe adónde van, pero, te aseguro, que volarán ligeras sin el peso de la sal que vertieron aquellas lágrimas.
Conviértelas en arte, en un cuadro cromático y fírmalo como único, personal e intransferible. De rojo, la rabia tejida en una telaraña muy oscura; de naranja, la confusión y la frustración por la incoherencia de los actos propios y ajenos; de amarillo, la inseguridad de los caminos transitados; de violeta, la culpa por la lucha interna entre los juicios establecidos y el deseo de cambiar el rumbo; de azul, la tristeza que inunda la mirada ausente, y de blanco, la tranquilidad por soltar, por dejar ir a las cosas y a las personas que no te permiten avanzar ni fluir con toda tu esencia. No seas cautiva de esas emociones negativas. Fracasarás en tu lucha por controlarlas, así que mejor alíate con ellas. Sal del largo túnel y amplia tu campo de visión.
Calma a tu ego, está tan acostumbrado a que lo escuches y le concedas tanto poder que lo abandonas ante el miedo y, para volver a llamar tu atención, te hace sentir todo ese torbellino de emociones. Necesita ser tranquilizado con firmeza.
Date el tiempo y el espacio para reencontrar tu equilibrio. Sé como el alquimista que tiene entre sus manos una materia prima excepcional y la transforma en metales preciosos. Conecta con el maravilloso poder del agua, capaz de arrastrar los sedimentos inútiles del pasado. Eres el océano y no las olas que te tumban. Las olas pasan, el océano permanece. Llena tu carga de la luz y el calor de los rayos del sol. Tu fuego te lleva a actuar con pasión en lo que crees, pero antes observa cuidadosamente a tu alrededor. Arraiga tus raíces a la tierra. Como ella eres poderosa pero también cambiante y ligeramente inestable. Toca el aire, que puede venir en forma de fuerte vendaval o brisa serena. Tus pensamientos pueden ser igual pero no te fusiones a ellos. Son nubes de tormenta que cubren tu cielo. Las nubes pasan, el cielo permanece.
Has conocido el fuego abrasador en la piel y el frío intenso que te cala hasta los huesos. Por tanto, tienes todo el derecho a sentirte débil y vulnerable por cambios de temperatura tan fugaces como los segundos del reloj. Sin embargo, tus fortalezas brillan con más intensidad que tus debilidades y tú, como persona única forjada de luces y sombras, estás por encima de tus circunstancias. Eres como un tablero de ajedrez. La partida cambia, el tablero permanece. No olvides que tu imperfección natural es el motor de tu evolución. ¡Qué maravillosa lección de amor a ti misma!
Y ahora coge aliento, te toca llenar tu mundo.
Fotografía: Alicia Patiño