Está aprendiendo a leer bajo su propia piel,
a vislumbrar
tras el velo que cubre su alma
de un tono rosáceo sangrante.
Está avanzando poco a poco,
como la niña que es
en el territorio inexplorado de su interior.
Apenas empieza a entender
muchas cosas
que hace tiempo intuía.
Secretos y recovecos
que va descubriendo y adaptando
para la mujer que está decidida a ser.
Está probando su propia voz,
un timbre desconocido y aún vacilante, ensayando para alzar la voz
sin asustar a sus oídos,
acostumbrados solo
a escuchar y atender peticiones ajenas.
Sabe que conoce apenas
a esa mariposa que es su corazón, palpitante y con ganas de salir volando,
de batir con fuerza las alas.
Está cogiendo fuerza,
rompiendo los límites que creyó
que debían contenerla.
Es agua,
un rio que debe fluir y llenar de vida
todo lo que sucede a su alrededor.
Aún no es capaz de darse cuenta
de su brillo,
una luz cada vez más intensa.
No cree en su resistencia de tungsteno.
No está hecha para el mundo
que simplista la hace menos:
ella es mucho más.
Pero pronto la crisálida estará madura
para rasgarse,
descubriendo así, todo su potencial.