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Realidades desgranadas

Sonaba en la radio la canción del verano, cuando una amiga me lanzó una de las preguntas más difíciles de mi vida, mientras nos tomábamos unas cervezas en una terraza:

– ¿Has pensado alguna vez que la realidad que tú ves, sólo la ves tú?

 Me sorprendió tanto la pregunta que dejé de oír la música, para centrarme en pensar una contestación. Miré a los ojos a la mujer que me la planteaba.

Ese día comenzó para mí una nueva manera de observar el mundo, llevo años buscando la respuesta a la pregunta que me hizo esta amiga. Por eso quiero contarte, y volver a vivir, historias en las que he podido desgranar realidades desde diferentes miradas.

 Cada historia es singular, igual una de ellas es la tuya.

 

En el centro de la tierra está la luna

Lo conocí en un parque mientras me balanceaba en el columpio, todavía tenía el recuerdo del sabor de la tarta que me había comido al cumplir, la semana pasada, nueve años.

 Casi todos los domingos íbamos toda la familia a un gran parque de mi ciudad, cientos de niños disfrutábamos subiendo y bajando por los castillos de hierro, en los toboganes, o haciendo hoyos en la tierra en los que estaba convencida de que, cavando, cavando, encontraría el centro de la tierra.

Me subí al columpio para descansar de la hazaña de exploradora, y en ese momento vi llegar tres furgonetas blancas al aparcamiento de las que bajaron varias personas mayores y un montón de niños, no eran una excursión, ni una familia, ni un colegio, ¿de dónde vendrían?

 Fui a mi enciclopedia personal, y le pregunté: “Mamá, ¿quiénes son esos niños? Pero mi enciclopedia estaba también buscando respuesta.

Así que, con mucha curiosidad y sin ninguna vergüenza, me acerqué a una de las personas mayores que habían salido de la furgoneta, me paré delante de ella, y le solté con una sonrisa: ¡Hola!, ¿de qué cole sois?, ¿por qué no venís en autobús?

La persona que tenía delante me sonrió, y se agachó para hablar conmigo:

– ¿Dónde están tus papás? – Le señalé con el dedo un hombre y una mujer que movían las manos diciéndome que fuera a su lado- Pues bien, estos niños y niñas ahora no pueden estar con sus papas y mamas, así que viven en una Residencia.

– ¿¿¿¿¿¿Quééééé????? ¿Viven sin sus padres? ¿Se han muerto?

– No, no se han muerto. Los quieren mucho, pero no pueden o no saben cuidarlos. Son niños y niñas que buscan una familia que les cuide durante un tiempo porque necesitan que les cuiden bien, mientras tanto están con monitores en la residencia- No me había dado cuenta, pero estábamos andando, y nos paramos delante de mis padres.

– ¡Pero, hija! – me advirtió mi madre- avísanos si te vas. Perdónela, de mayor será investigadora de todo lo que pregunta.

– No se preocupe, me ha parecido muy valiente por querer saber de donde vienen todos estos niños y niñas de las furgonetas, son menores tutelados que viven en un Centro. A su hija se lo he podido explicar para que lo comprenda un poco.

– ¿Y de qué país son? –  preguntó mi padre

– De aquí, del nuestro- respondió el señor de la furgoneta.

Me fijé en la cara de mi padre, creo que había perdido color después de la contestación.

En ese momento oímos un: “Paco, ven que te necesitamos”, el monitor se llamaba así, tuvo que irse y me quedé parada con mis padres agarrándome de la mano. A ellos, y a otros papas y mamas amigos suyos les oía decir:

  • Son de aquí, pero si en este país estas cosas no pasan, eso sucede fuera y los traen para que vivan mejor.

 

  • Como puede ser que haya unos padres que no cuiden de sus hijos, ¡qué vergüenza! Mas les valiera no tener hijos, para estar así. Mira a esos niños, pobrecitos, angélicos. Hay gente que a las que no deberían dejarlos ser padres.

 

  • Yo prefiero no tratar de estos temas que me pongo fatal, soy muy sensible. Sólo de pensar lo que habrán sufrido me dan los siete males. A ver quién es el valiente que se lleva semejantes niños a casa, a saber, que han vivido y lo que te hacen en casa.

 

Y así continuaban hablando cada uno, como en esas tertulias de la radio que escucha mi padre. Me acerqué al columpio del que me había bajado antes, lo ocupaba un niño de los de la furgoneta, se reía mientras una monitora le daba impulso, cada vez pedía ir más alto.  Pensé que yo quería encontrar el centro de la tierra haciendo hoyos, pero este niño quería llegar a tocar la luna con el columpio.

 Ahora que han pasado los años, pienso que igual yo necesitaba tener raíces, y él quería volar a la luna, porque sus raíces no sujetaban bien el árbol de su vida. Igual en el centro de la tierra estaba su luna.

Andando por el parque encontré una piedra en el suelo, perfecta para cavar sin parar. Me puse manos a la obra, cada día estaba más cerca de mi descubrimiento. Apareció el mejor aliado si quieres ser aventurera, el perro que tenían unos amigos de mis padres.

Se llamaba Heno, era un perro grande al que le gustaba mi hazaña de ver que había debajo de la tierra que pisamos. Heno hizo del pequeño hoyito que había hecho yo casi un cráter de volcán. Era muy divertido, me miré las manos y observé que estaban llenas de hierba y barro, Heno saltaba alrededor de mi con las patas igual que mis manos.

  • ¡Pues sí que os habéis manchado! – Escuché detrás de mí, me di la vuelta, era un niño como yo que no conocía.
  • Sí, es lo que pasa cuando buscas el centro de la tierra.
  • ¿Sabes dónde está?
  • No, pero si no lo exploro, jamás lo sabré.
  • ¿Me dejas explorar contigo?
  • ¡Claro! Pero diles a tus padres que estás aquí para que no te busquen.
  • ¡Ah! No te preocupes, pero se lo diré a mi monitora- se levantó y le gritó a una mujer, que estaba lejos, que estaba jugando conmigo. La mujer sonrió e hizo el signo de OK con la mano.

El niño, Heno y yo nos pusimos a cavar, ¡esto sí que era un equipo de exploradores! La tierra y la hierba se dejaban remover contentas por ser parte del inicio de una nueva amistad.

Le pregunté si había venido en las furgonetas blancas, y afirmó con la cabeza. Le conté lo que me había dicho Paco y volvió a asentir.

Me contó que él no sabía muy bien porque estaba en la “Resi”, que quería mucho a sus padres. Aunque es verdad que a veces había discusiones en su casa, y él tenía un poco de miedo.  Le encantaba ver la tele con su padre, y los abrazos de su madre. Tenía tres hermanos más, él era el pequeño, los dos mayores estaban en una “Resi” para niños con más de 12 años, su hermana y él estaban con Paco, y los otros monitores.

Heno de repente empezó a chupar la cara de mi nuevo amigo, y la mía ¡qué risa! Entre el barro, la hierba y los lametazos de Heno, ahora sí que me iba a la ducha directa cuando llegara a casa. Mi nuevo amigo pensaba lo mismo.

Llegó una niña corriendo, y se paró en seco delante de mi amigo, era su hermana.

Lo había buscado, y estaba muy asustada porque no lo encontraba, se dieron un abrazo mientras lo reñía por no decirle donde estaba, además de lo sucio que iba. Me miró y preguntó:

  • Pero ¿y esta niña quién es?
  • Una amiga, que está buscando el centro de la tierra, ahora somos un grupo de exploradores.
  • ¿Has merendado?
  • No
  • Pues ven que te doy la merienda y nos vamos.
  • No quiero, quiero quedarme aquí jugando
  • Ven, que nunca descubriréis el centro de nada ¡Anda!
  • Vale – dijo triste- ¡Hasta luego!

Y así me quedé sola con Heno, viendo como se iba mi nuevo amigo del que no sabía el nombre. Él tampoco sabía el mío.

 

 

 

 

Un garaje con lago

Nos saltaron todas las alarmas cuando vimos un enorme lago en el garaje de mi casa un martes por la mañana, era tan grande que había inundado el ascensor, salía el agua por unas grietas que se habían formado en el suelo.

Cuando intenté sacar el coche del garaje, me sentí en una de esas películas en las que el protagonista intenta salir de la cuidad mientras la tierra se va abriendo detrás de sí. En este caso eran pequeñas aberturas en el suelo, de las que salía agua a borbotones.

El propio suelo estaba asustado porque veía como debajo de él algo le empujaba a romperse, sin poderlo controlar. Era como si hubiera engordado sin haber comido, y le preocupaba no poder cumplir su misión de ser sustento para las personas que vivían en el edificio.

El ascensor pitaba avergonzado por haber perdido su fuerza, esa que tanto ayudaba a cada vecino a subir hasta su casa. Llevaba años cuidándose para no hacer ruido, e ir a la perfección, y ahora el agua lo estropeaba todo.

Vinieron inspectores pluviales y determinaron que la capa freática de agua había aumentado, debido a la filtración de las últimas lluvias, y el sistema de regadío de los campos adyacentes.

Y el agua no se iba.

El alcalde del pueblo vino a ver el garaje con la concejal de urbanismo, y determinaron que harían lo que les indicaran los inspectores pluviales.

Y el agua seguía en aumento.

Una vecina sufrió un ataque de ansiedad, porque vivía en el cuarto piso, tenía mal las rodillas, y no funcionaba el ascensor. Vino una ambulancia y se llevó al hospital.

Pero el agua no paraba de salir a borbotones

Llegó la Televisión para preguntarnos que había dicho el alcalde, los inspectores pluviales, y cómo se encontraba la vecina con ansiedad. La del primero lloraba ante las cámaras, porque la humedad subía por las paredes y su hija, de cinco años, era asmática.

El agua seguía su curso ascendente.

El del tercero puso una pancarta en su balcón con una sábana que rezaba: “Una solución, ya”. Y creó un perfil en Facebook que se llamaba “SOS, En mi garaje vive el monstruo del Lago Ness “

Me topé un día en el portal me encontré a la del cuarto, y me dijo que el Administrador de la finca y el seguro no daban señales de vida y que, además la del primero estaba mutis, que siempre éramos los mismos los que dábamos la cara, y ella ya estaba harta de hacer cosas por los demás.

 

No todo en nuestras vidas era el lago del garaje. Seguíamos yendo a trabajar, a la compra o a pasear, y nos encontrábamos con el resto de los vecinos del barrio que siempre se interesaban por el tema acuático.

A unos les iba más el cotilleo de la televisión, y pedían que les avisáramos si volvían. A otros les preocupaba cómo estábamos, nuestras dificultades de cada día.

También había quien aprovechaba para despotricar contra el alcalde, el diputado, y los inspectores, eran de los que sabían todo lo que había que hacer para solucionar el problema, pero que nunca apareció por el portal ninguno para ponerse manos a la obra.

Además, se acoplaba otro grupo que nos daba el pésame por el garaje, mientras contaba todas las desgracias que estaba pasando, desgranando con detalle cada una, porque nadie sufría más que ellos.

Es verdad que el interés se fue diluyendo según pasaba el tiempo, los dos primeros meses nos sentimos, todos los vecinos, desbordados de preguntas. A partir del tercer mes, para el resto parecía que nuestro garaje ya no era un lago. Es más cuando salía el tema se sorprendían: ¡Ah! Pero ¿no está arreglado ya?

Nuestras vidas seguían adelante, y nuestro día a día continuaba inundado.

Quedamos todos los vecinos para quitar parte del agua del garaje, bajamos con botas de agua, escobas y una bomba extractora. En unos minutos el garaje dejó de estar solo lleno de agua para estar lleno de vida, risas y trabajo. Descubrí que la madre de mi vecino del tercero es del mismo pueblo que la mía, la del segundo y el primero resulta que leen las mismas novelas de misterio. Llevábamos casi toda una vida juntos, y nos estábamos conociendo mientras achicábamos agua.

Pasado unos días el agua volvió a crecer, al igual que la unión entre nosotros.

El Diputado de aguas y regadíos vino con su secretario, y el subsecretario, a ver el lago que teníamos en el garaje, junto con los inspectores pluviales, el alcalde y la concejal.

La del primero ya había colocado otro cartel, en el que estaba escrito: “Mañana te puede tocar a ti”

En el lago ya se podían poner patos.

Apareció el administrador con un equipo de estudio de ingenieros, un arquitecto, el perito del seguro y un especialista en pluviales. Hablaron con el Diputado de aguas, los inspectores pluviales, el alcalde, y la concejal. Se unió a la conversación el arquitecto municipal.

El administrador hizo una previsión de gastos, mientras que el del seguro afirmaba que esta catástrofe no estaba contemplada en el seguro, el diputado prometía que todo se solucionaría en el menor tiempo posible, los inspectores nunca habían visto una cosa igual y el alcalde reclamaba que desde el ayuntamiento estaban a expensas de lo que dijera diputación.

La del cuarto se unió al plan del cartel en el balcón, pero cambió el mensaje a “Por una sociedad justa”, y salió en las noticias de la noche.

Una tarde, seis meses después de que empezara todo. El del tercero bajó a ver su película particular de terror acuático al garaje y, sorprendido descubrió que ya no había agua.

Avisó a todos los vecinos, estupefactos comprobamos que el suelo estaba seco, y sólo quedaban las pequeñas grietas de las que había estado emanando agua sin parar.

El administrador arregló el ascensor, que ya no volvió a ser el mismo. Los inspectores concluyeron que había bajado el nivel del agua por la filtración hacia el subsuelo de las pluviales. El Diputado junto con el alcalde explicaron en la televisión que habían conseguido solucionar el problema. Y no volvió a aparecer nadie por nuestro portal.

El suelo volvió a sentir el peso de los coches, y de los pies de los vecinos, que ahora ya no iban del garaje a sus casas en directo, pasaban por las casas de los vecinos para tomar un café, una cerveza y charlar.

 La niña del primero, sentada en el balcón, preguntó a su madre quitando el cartel “Mamá, ¿el agua no puede volver a subir? ¿Verdad?

 

Familia de corazón

“No está el camino hecho, para quien no desea andar”, esa era la frase que utilizaba mi abuela cuando veía que la pereza me ganaba terreno. Siempre me animaba a no estar en casa, a salir, a aventurarme en la vida.

Siempre he soñado con ir a países lejanos, donde llegaría para ayudar a las personas que vivían allí una triste situación. Tenía en la cabeza África. Me imaginaba allí, sola, con mi mochila a miles de kilómetros de mi casa, dispuesta a enfrentarme a todos los peligros para salvar esta humanidad tan herida.

No me iba a hacer falta recorrer ni un metro para darme cuenta, unos años después, de lo equivocado que era este sueño. He escuchado, miles de veces, que hay que cumplir los sueños que tienes, igual primero hay pensar si esos sueños te llevan a buen puerto o a un acantilado profundo.

Fue en una terraza de un bar donde me di cuenta de que los sueños no siempre hay que cumplirlos, porque puede que cambien. Estaba esperando a una amiga, y mientras sonaba la canción de verano me percaté de la conversación que tenía detrás de mí, eran dos mujeres y un hombre. Hablaban un poco acalorados de un tema que captó mi atención, no los veía, pero distinguí la voz de una mujer mayor, a diferencia de las de los otros dos que eran más jóvenes.

No recuerdo las palabras exactas, la conversación giraba sobre una decisión de los dos jóvenes sobre un niño. La voz mayor sonaba preocupada, las jóvenes entusiasmadas. Llegaban a mis oídos las palabras: “pobre” “tutelado” “acogida” “familia” “necesitar” “quitar” “biológicos”” aquí”

Di gracias a Dios porque mi amiga se estuviera retrasando en llegar, porque cada vez me interesaba más la conversación que tenía a mis espaldas. Iba sacando mis conclusiones, según parecía las dos voces jóvenes eran una pareja que quería acoger a un niño de aquí, querían ser su familia de acogida porque el pobre estaba en una residencia de menores. El niño no podía convivir con sus padres biológicos, estaba tutelado por el gobierno y necesitaba una familia en la que crecer.

La voz mayor se preocupaba porque le iban a coger cariño y después se lo iban a quitar, e iban a sufrir mucho. Seguía comentando que, aunque acogieran a uno, otros muchos permanecerían en centros de menores, ellos no iban a salvar a al mundo.

Mientras hablaban llegó mi amiga, pedimos unas cervezas y le conté la situación que se estaba viviendo detrás de mí. Fue entonces cuando ella, mi amiga, me soltó la pregunta:

– ¿Has pensado alguna vez que la realidad que tú ves, sólo la ves tú?

 Me sorprendió tanto la pregunta que dejé de oír la música y de escuchar a mis vecinos de mesa, para centrarme en pensar una contestación. Miré a los ojos a la mujer que me la planteaba.

– ¡Claro, mujer! – continuo- la pareja tiene la mirada puesta en el niño, la mujer la tiene puesta en ellos, son realidades distintas, aunque parezcan las mismas. Tú miras esa realidad desde fuera, no conoces su historia, son cuatro realidades distintas en una misma situación.

Fue un impulso casi involuntario lo que me llevó a hacer lo que hice, pero no me pude controlar, siempre había pensado que había una sola realidad, pero no es así. Cada mirada lleva su propia historia, su bagaje y vive las circunstancias con sus matices, detalles y contornos. Ese martes iba a cambiar mi vida, ni lo imaginaba cuando me desperté esa mañana.

Me di la vuelta y coloqué mi silla en la mesa que formaba parte de mi desde hace un buen rato, como imaginaba había una mujer y un hombre de unos 30 y largos, con una mujer mayor al que el hombre guardaba cierto parecido.

  • Siento interrumpir vuestra conversación, y pido disculpas porque os llevo escuchando desde que llegasteis. Pero creo que hay una mirada en todo lo que comentáis que estáis pasando por alto. Ese niño ¿quiere estar con vosotros? ¿cuál será su historia? ¿tenéis que dar tantas explicaciones si, de verdad, pensáis que lo que vais a hacer es bueno?

Las caras eran un poema, de suspense, pero continué porque no podía parar:

  • No sé si vosotros moveréis pieza en este tema, lo que sí sé es que me he pasado buscando fuera lo que en realidad tenía dentro. Yo sí que quiero acoger, quiero que me informéis sobre cómo se hace, porque no tengo ni idea.

Y así di el primer paso para la gran aventura de mi vida, cuando llegué a casa me encontré con agua en el garaje, agua que salía de unas pequeñas grietas. Tuve que sacar el coche a la calle porque era imposible aparcar en el garaje.

Santi, mi marido, me esperaba en casa y le conté lo que acababa de descubrir, el gran hallazgo de mi vida. Él no estaba igual de entusiasmado que yo, pero las aventuras compartidas, en ocasiones, se disfrutan el doble.

Hicimos lo que me comentó la pareja de la terraza, y entre el trabajo, el lío del lago del garaje fuimos pasando por todo el proceso que nos explicaron para ser Familia de Acogida: entrevistas, cursos, charlas.

Un día en el buzón estaba la carta que nos situaba en la puerta de esta aventura para la que llevábamos preparando un tiempo. APTOS, ¡Éramos aptos! Ya éramos familia de acogida, pero sin niños. Sólo nos quedaba esperar una llamada telefónica, y veríamos que nos esperaba detrás de la puerta.

Leí la carta en el portal, de la emoción, ni me di cuenta de que una de mis vecinas lloraba ante las cámaras de televisión, porque el desastre del garaje, la humedad que generaba, le afectaba a su hija que era asmática.

Sonó el teléfono, y querían venderme un seguro. Volvió a sonar, era mi compañía de teléfono. A la tercera no fue la vencida, porque era mi madre. Pero a la cuarta fue la merecida, nos hablaron de una niña, de unos 10 años, estaba en un centro de menores y podíamos ir a verla ese finde semana.

Recuerdo, como si fuera hoy, que era lunes y fue la semana más larga de mi vida. Esa semana me crucé en el portal con el alcalde, que me dio unas explicaciones que no entendía sobre el garaje, yo sólo pensaba en que llegara ya el fin de semana.

Al final el tiempo nunca se detiene, el sol salió ese sábado. Santi y yo nos preparamos tan pronto para salir que tuvimos que hacer tiempo de espera en casa. Salimos hacía en centro para ver a la niña, se llamaba Elena. Nos esperaba la psicóloga para explicarnos cosas de Elena, esas cosas nos las comentó en su despacho, lleno de juguetes. Allí pasaban por nuestros ojos historias de padres, madres, abuelos, hermanos, que nunca hubiera imaginado. Tantas realidades como personas salían desfilando por la historia de Elena. Realidades en las que para mi no había sentido común, ni orden, ni concierto, pero no podía juzgar, era su historia, no la mía.

A Santi se le cayeron dos lágrimas según nos daba explicaciones la psicóloga, el veía solo dolor y sufrimiento. Cada uno tiene sus tiempos para entender su realidad.

Los dos queríamos ver el mundo desde los ojos de Elena, pero con semejante historia, nos era complicado situarnos ante vivencias que nunca habíamos palpado tan de cerca.

Al final, vimos a Elena, estaba jugando, riendo, con el pelo rizado, rubia y con ojos verdes. La psicóloga se acercó a ella muy cariñosa, cogió su mano y se acercó a nosotros que por dentro temblábamos como flanes.

– ¿Sois vosotros? ¿Vais a ser mi familia? – nos digo Elena mirándonos, con cara dubitativa.

– Hola Elena- dijo Santi- eso queremos, hemos venido a conocerte.

Pasamos la tarde en un parque cercano al centro, jugando y comiendo. No hacía muchas preguntas sobre nuestra vida diaria, hablaba sin parar, se notaba que sabía que ella era la protagonista de esta historia.

¡Vaya sorpresa nos llevamos a la vuelta al centro! Elena nos dijo que quería que conociéramos a su hermano pequeño, se lo comentamos a una monitora que había allí, y nos animó a volver al día siguiente.

En el coche, de vuelta casa, charlábamos, Santi y yo, sobre todo lo que habíamos vivido ese sábado, y hacíamos planes sobre lo que iba a pasar al día siguiente, esa sorpresa no nos la esperábamos.

A la mañana siguiente nos despertamos con más nervios que la anterior. En el centro nos esperaba Elena con otro niño de la mano, un poquito más pequeño, era rubio, con el pelo liso y ojos verdes.

Acercándonos, escuchamos que Elena le decía a su hermano:

-“Mira Miguel, hay familias de tripita y familias de corazón, nuestros papás son de tripita, y los que vienen ahora son de corazón”,- se lo decía de cuclillas, mirando a unos enormes ojos verdes que buscaban respuestas muy pequeñas a preguntas muy grandes.

Elena nos lo presentó muy contenta, feliz, de poder salir con su hermano. Ese fue el primer día de muchos en el que los 4 pasamos un día estupendo.

Pasaron las semanas y vinieron a vivir a casa no sólo Elena, sino también de su hermano. Vivirían con nosotros una temporada. Los fines de semana nos íbamos a un parque al que me llevaban mis padres de pequeña. Donde por primera vez me senté a jugar con un como Miguel, del que nunca supe el nombre.

Cambiaron nuestra vida como se le da la vuelta a un calcetín, había mucho que asimilar. Eran un viento que entraba en el hoy para remover el ayer y el mañana.

No todo eran alegrías en esta andanza, las historias que llevaban en su pasado pesaban mucho en el presente, y muchas veces nos frustraba no poder comprenderlos. Fui poco dejando que pasaran por cada etapa, las visitas a sus papas, las rabietas por regresiones a su pasado, su necesidad de incondicionalidad. Así fue hasta que un día se fueron, como se fue el lago del garaje. Volvieron con su familia de tripita, aunque sabemos que no olvidan a su familia de corazón, todos somos compatibles.

En este tiempo descubrí que hay personas que vienen a este mundo con un mensaje que ellos desconocen, pero trasmiten al acercarse a otras personas, lo transmiten en su mirada, en su manera de vivir. Elena y Miguel me enseñaron que no hace falta irse lejos para vivir grandes aventuras. Hay necesidad de ser generosos allá por donde vayas, de olvidarnos un poco de nosotros, existe una petición humana diaria de ayuda a nada que mires con los ojos de otras realidades.

Había descubierto lo que llevaba desde pequeña cavando, el centro de la tierra. Y en el centro de la tierra encontré lo que une a todas las realidades, el amor.

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