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La medida de amar

La medida de amar | Woman·s Soul

Aún con el café en mano, no logro reponerme. Un frío me recorre los huesos. Lo vuelvo a pensar y me repito la pregunta que me acaba de hacer una de mis hijas:

– Papá, ¿qué se siente estar en minoría?
– ¿Minoría?… yo no estoy en minoría – me apresuré a contestar.

A lo que ella sin reparos respondió:

– Oh, sí. Nosotras dos y la perra… y tú. ¿No te das cuenta?  Mujeres y hombres, una de estas no es igual a las otras ¿Te enteras?

Silencio y nada más que silencio.

– ¡Seguro que me doy cuenta!

Sí, claro. Son cosas que vivimos sin darnos cuenta en realidad. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, he pasado de ser un padre con dos hijas a un hombre que vive con dos mujeres y una perra. A caminar en minoría entre bragas, sujetadores y montañas rusas de emociones tras emociones, cada mes. Las he visto pasar de niñas a mujeres con grandes virtudes y grandes defectos, como todos nosotros los que nos consideramos seres normales y corrientes.

Este asunto de la minoría me deja perplejo, al descubrir cuán cierto es que desde la autoridad de padre a niñas y hoy jóvenes, las he tratado siempre con respeto, valorándolas en su condición de niñas, ahora chicas y siendo humilde en el conocimiento de las cosas que ellas fueron y van descubriendo a su paso. Eso me permitió amarlas sin medida y con compromiso.

Nada más contradictorio con la esencia del amor mismo, que la frase de amor libre, la pureza del amor nos compromete, nos obliga, nos hace entregarnos y anhelamos hacerlo sin reservas y nos enseñan lo contrario por todos lados. Pero en lo profundo, cuando la pasión se desborda, no quieres tener reservas, ni anclas, ni fantasmas que nos limiten.

No importa quién sea receptor de nuestro amor: una pareja, nuestros hijos o, nuestros vecinos; cuando pensamos en amar a alguien, nuestro ser, clama por poderlo hacer en libertad sin reservas. No es fácil, hemos crecido a la sombra de heridas en nuestras relaciones, con nuestros padres, con nuestros hermanos, con nuestros compañeros de estudios, con nuestras parejas. Siempre que hemos intentado darnos del todo, salimos golpeados y nos limitamos en el amar.

Pues hoy les confieso que me resisto. Me resisto a pensar que somos incapaces de dar amor sin reservas. El amor no tiene medidas, no puedo actuar con mis hijas a la medida de su amor por mi. Tengo que simplemente, creer que me aman y me amarán tal como soy y que atravesaremos los valles misteriosos de la rebeldía juvenil, los tornados emocionales y los choques cósmicos de opiniones y argumentos. El amor no requiere exámenes, ni pruebas cortas que nos digan cuánto me aman o si me han dejado de amar.

Pero no os equivoquéis, esto solo lo puede hacer quien se ama a si mismo, solo amándonos y reconociéndonos a nosotros mismos con nuestras virtudes y nuestros vicios defectos, podemos tener la capacidad de ser humildes y tener a los que nos rodean en mayor estima. Solo amándonos podemos ser libres de las heridas infligidas en relaciones absurdas que nos desvaloraron en un momento dado. Nuestro amor por nosotros no depende de la opinión de otros y solo desde aquí, en amor por nosotros mismos, podemos ser libres para amar.

Así como el mar es el más grande poderoso cuerpo de agua y todos los ríos corren a él, unos más rápidos, los otros más lentos, pero todos llegan a sucumbir dentro del mar y todo porque este es más bajo en su nivel. El producto directo de amarnos a nosotros mismos es la humildad, nunca lo sera, el orgullo que inflige dolor y denigra hiriendo a diestra y siniestra. La humildad nos da el poder del ser amado y correrán a nosotros como los ríos al mar y si en el peor de los casos no llegaran, nos quedara la satisfacción de haber vivido amando sin reservas, dándonos apasionadamente comprometidos.

¿Minoría yo…?
¡No..!

La verdad es que esto, no es asunto de mayorías y minorías, de mujeres y hombres, de padres e hijos o hijos y padres, es asunto de saberse amado, para amar y desde la aparente minoría o ilusoria mayoría, tener la humildad de reconocerse a uno mismo con toda la capacidad de amar sin reservas, ni glorias, de verse en los ojos de los otros y que los otros se vean en los nuestros. Entonces y solo entonces, podrías descubrir que en el transcurso de amar así, se puede sentir el vértigo del vacío interno que produce la profundidad de los ojos de quien se ama, tras el galopante palpitar del pecho, con el solo roce de su mirada.

Carlos Frontera Suau

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