fbpx

Te quise

Te quise, que es pasado. El más perfecto pretérito perfecto de este corazón que, finalmente, se dio a la razón _doble con hielo, por favor

Lo nuestro era distinto: habríamos sido eternos, invencibles, imbatibles. 

Esa era una verdad absoluta, inalterable, a la que huía a refugiarme una y otra vez desde que doblaste la esquina de mi vida y me dejaste suspendida entre el vacío y la nada; como si en ella se encerrara la más benevolente promesa, la que me devolvería tu olor, tu tacto, tus planes de mañana que se hacían mediodía, tus abrazos en los que desmadejarme de nuevo sin miedo alguno. No sé cuántas veces habré repetido esas palabras, en orden o desordenadas, en fila o amontonadas, tratando de tapar con ellas la huella que dejó la suela tus zapatos el suelo de mi habitación; gastando cada sílaba casi hasta volverlas una fina hoja transparente a través de la que puede verse lo que hay detrás.

Y eso es lo que ha ocurrido; que finalmente ves detrás. 

Lo nuestro era distinto: habríamos sido eternos, invencibles, imbatibles. Pero fuimos otra cosa. Ahora somos eternos, invencibles, imbatibles, pero ya no somos nada.

Y, a medida que el tiempo pasa, se va convirtiendo en una evidencia despiadada esta realidad que me mira de frente cada día y a la que yo no quería devolverle la mirada: que ya no estás, que ya no eres. Que, posiblemente, jamás fuiste… aunque estuvieras. Mientras, los bordes de la herida se han ido cerrando, dibujando la línea por la que se abrocha la tristeza y dejándome comprender, por fin, de ese modo en que se comprenden las verdades que siempre estuvieron ahí aunque tú no las vieras, que en todo esto la única certeza que queda es … que yo te quise. Todo lo demás fue una ilusión, tan inasible como las nubes de aquel cielo de verano en Florencia que se quedaron a medio camino entre los sueños y un “nunca” infinito que lo tapó todo, esas nubes que jamás vimos juntos.

Sí, “te quise”: es la única verdad que ha quedado de aquella historia después de que haya sido pasto del tiempo y la vida haya soplado sobre ella con furia. Después de que la hayan consumido las llamas de otros cuerpos, de otras ganas, por el puro empeño de huir hacia delante. Después de que te convencieras de la necesidad de vaciarte de mí, arrancándome de cuajo y sin anestesia, y con ello te vaciaras también de ti (¿es que no recuerdas que éramos uno?) hasta hacerte un otro distinto de ti mismo y al que yo no reconozco. Hueco, sin alma.

Y veo los huesos de aquella historia, inertes ya, amontonados sobre la misma cama donde tu cuerpo y el mío ardieron por última vez y donde me he helado cada noche desde entonces, y me parece mentira que sobre ellos pudiera haberse levantado nada que armara más de una noche de urgencia y sábanas escuetas. No, este esqueleto que queda de todo aquello (AQUELLO) no pudo sustentar tanto, no alcanza, no llega, no da para uno de esos amores que hacen leyenda.

Y es que, en este tiempo, no he sido más que un corazón tozudo que espera, que está seguro de que debe haber un error en esto de la vida, que de un momento a otro vas a aparecer, de nuevo, en el quicio de mi vida. Un corazón que se batía en duelo con esa evidencia que, al final, ha resultado vencedora por incontestable. Porque te juro que siempre creí que volverías en ti, que es lo mismo que decir “que volverías a mí”. Que te habías perdido; y por eso encendía mi faro una y otra vez tratando de que encontrarás la luz hacia aquel nosotros que seguía vivo en ese corazón tozudo … con el cielo de Florencia al fondo.

Pero tú habías quemado las naves. Y la mar estaba vacía. Siempre estuvo vacía desde entonces.

Constatarlo una y otra vez hacía que te subiera por la garganta, hasta chocar contra los dientes, un porqué que limara los filos de las interrogaciones, que acallara la desazón de no entender. El más desolador era aquel “probablemente, nada de lo que pasó pasó; probablemente fui yo quien quiso creer y él tan sólo quiso querer”. Descreimiento total. Y luego nada. Porque uno necesita respuestas aunque sean sal en la herida, porque sin respuestas es como un alma en el purgatorio, porque las preguntas se clavan en las horas de sueño y te muerden debajo de las sábanas. Por eso aceptas incluso ese porqué de acero frío que es reducirlo todo a cero pero que, al menos, te exonera de seguir buscando la (sin)razón de que aquello (AQUELLO) dejara de ser lo que fue para, simplemente, no ser.

Ahora, “simplemente” (del verbo simplificar) entiendo que aquello (AQUELLO) puede resumirse en una sola frase: que yo te quise. El resto no existe como no existes tú, ni eres, y posiblemente ni fuiste aunque estuvieras. Y nadie podrá llevarse eso que, en esencia, fue mío; eso que hace que aquello siga perteneciendo a la realidad por más que el resto fuera, sencillamente, un espejismo.

Me imagino que durante mucho tiempo el miedo mantuvo viva en mí, con la dimensión de lo excepcional, aquella historia; insuflándole aire a fin de tenerla en pie proyectando la sombra de lo grande. Miedo a que desapareciera del pasado, como si eso de repente abriera una trampilla por la que una cayera al vacío (al vacío de no saber quién es). Lógica aplastante: si uno es el resultado de lo que ha vivido, anular lo que ha vivido es como anularse a sí misma. 

Ahora, que la sepia ha tintado también mis sentimientos dejándolos como esas flores secas que lucen desvaídas aunque nos guste conservarlas, ahora que no necesito preguntarme por qué, que no quiero preguntarte por qué, me quedo con lo único que sí se ha mantenido en pie, indemne en medio del desierto de cuarenta lunas que fue la abstinencia de ti: que yo te quise.

Te quise. Así, sin complementos, ni aderezos. Sin aspavientos. Y, ya ves, sin artificios literarios que conviertan esa simple frase en la metáfora sublime de una escritora sin alma.

Te quise; que es una verdad que, curiosamente, jamás fue verdad para ti.  Un axioma que no pudo doblegar el miedo que corría por tus venas más rápido que la necesidad. Te quise, que es pasado. El más perfecto pretérito perfecto de este corazón que, finalmente, se dio a la razón _doble con hielo, por favor _ acodado en la barra de la pura realidad. Yo te quise. Y ese es el resumen, el saldo de todo lo que juntos sumamos y lo que tú, unilateralmente, restaste. 

Porque te convenciste de que podías seguir sin mí y los dos nos lo creímos. Todavía hay mañanas en que sigues convenciéndote de ello a tus espaldas, y yo …me lo sigo creyendo todos los días.

Si, lo nuestro era otra cosa. Nada, eso fue. Aunque yo a veces, a escondidas, seguiré pensando que lo fue todo, posiblemente porque a mí, como a esa Audrey Hepburn con la que siempre me comparaste, los cuentos de hadas son los que más me gustan.

BUSCAR